Su piel, como es de esperarse, es un cumulo de pliegues, mismos, que no hacen mancuerna con su energía, la cual todavía tiene vigor.

​​​​Texto y Fotos: Crisstian Villicaña

María Martínez, me dijo que se llama. Tiene poco más de ochenta años y vive sola, sin familia. La encontré sentada a un costado de la vía Rápida Oriente; ahí donde se divide para agarrar a Playas de Tijuana o continuar en la línea para cruzar a los Estados Unidos.

Justo en esa desviación se encuentra ella, estirando su arrugada mano para recibir algunas cuentas monedas o billetes que le permitan mantenerse.

“Sólo vengo los fines de semana”, me dijo.

Al no tener con quien más compartir el hogar y a causa de su edad avanzada, me cuenta que no invierte mucho en alimento.

"Con lo que saco aquí me alcanza para comer frijoles, tortillas, no como mucho, entonces con lo que me da la gente me ayuda, me alcanza, no pago renta".

Su piel, como es de esperarse, es un cumulo de pliegues, mismos, que no hacen mancuerna con su energía, la cual todavía tiene vigor.





Sus movimientos aún no son lentos, el tono de su voz se puede considerar que está dentro de los niveles normales, y en especial, no se le ve sin ánimos, por el contrario, pareciera disfrutar moviendo su brazo para indicarle a los automovilistas que avancen, que fluyan.

"Me quedo como cuatro, cinco horas, porque ya más horas no las aguanto sentada en el sol. Por mi edad no puedo trabajar, y aquí he estado ya como cuatro años, siempre en el mismo lugar", narró.

Luego de un rato de conversar con ella me alejé para observarla por unos minutos, y no pude evitar ver en su estampa, su mirada, algo de melancolía, cierta quietud que sólo a esa edad se puede alcanzar, una que no sólo es corporal, sino energética, una luz que no es débil, sino calma, sin anhelar nada más que unas monedas para alimentar el cuerpo, porque el alma, parece estar en paz.





"No he tenido problemas con la Policía, ni con las personas que andan aquí, me respetan y yo respeto a todos, soy una persona tranquila"; me dice mientras no deja de poner atención a los carros, como si al estar ahí tuviese que contribuir de alguna manera, en este caso, indicando a los autos que continúen por su camino.

Sus ropas, lucen limpias, casi pulcras, al final del día, es una persona adulta que tiene su hogar y que al no encontrarse ya con las fuerzas para laborar, se ve obligada a salir los fines de semana a conseguir algo de efectivo que le permita subsistir, como ella, hay muchas, visibles para algunos, invisibles para otros, mientras tanto, es un hecho que ahí están, continuando la vida.