“Cuanta ingratitud”, exclama don Nicolás, cuando señala el panteón municipal Numero 5 casi desolado.

Ingratitud y olvido, y pocas muestras de amor y agradecimiento se celebra el Día de los Fieles Difuntos en el Panteón Número 5 de esta ciudad, donde la baja afluencia de visitantes refleja cómo esta tradición se va perdiendo con el paso de los años.

Pocas tumbas muestran signos de haber sido visitadas este día, muchas en semanas, meses o incluso años.

Unas cuantas familias se observan realizando trabajos de limpieza en la sepultura de sus ser querido, otros más se limitan a colocarles flores en señal de visita en los floreros de las tumbas.

Un solitario cantante con guitarra en mano ofrece sus servicios a quienes deseen dedicarle una canción a su difunto. Pero el día ha sido malo, apenas, hasta el mediodía, tres personas lo han contratado a razón de 50 pesos por canción.

“Cuanta ingratitud”, exclama Don Nicolás, quien acompaña su esposa y cuñada en la visita a la tuba de su suegra, cuando señala el panteón municipal casi desolado, apenas unas cuantas personas se observan dispersas entre las sepulturas.

"Ni porque los parieron, les dieron de comer, les limpiaron el culo…”, lamenta al tiempo que es interrumpido por su esposa. “Pues es la verdad mujer… que no vengan a visitar sus madres ni siquiera este día es una pinche ingratitud”.

La charla es interrumpida cuando una familia, padre y tres hijos jóvenes dan vueltas buscando la tumba de su familiar. “Creo que es ésta…”, dice el hombre al pie de un montículo de tierra dura y seca y una desgastada cruz de madera cuyo epitafio que desde hace tiempo se borró.

Más allá, madre e hija acaban de contratar al solitario cantante para pedirle que entone esa canción de “México lindo y querido”.

Al pie de la tumba de doña Teresa Margarita, su hija y nieta descansan en una banca que forma parte del monumento que los diez hijos levantaron en su memoria.

Doña Teresa descansa en la misma tumba que años atrás enterró a su hijo Israel, quien falleciera a los tres meses de edad, de eso hace ya 43 años.

Mi madre nos pidió que cuando muriera la enterrásemos aquí, con su hijo, “ya estuve mucho tiempo con ustedes”, dijo a manera de despedida a los diez hijos que tuvo, “Creo que ahora le hago más falta a él”.

Ella nunca deja de visitar la tumba de su hijo y ahora somos sus hijos quienes no dejamos de visitarla. No nos ponemos de acuerdo para venir, pero todos vienen cuando pueden. En algunas fechas aquí, al pie de su tumba, nos juntamos y comemos, “creo que mi madre le da mucho gusto que hagamos eso”.

“Fue una guerrera”, recuerda la hija de Teresa Margarita al reseñar cómo sacó adelante a sus diez hijos

Recuerda cómo a su madre la casaron cuando apenas tenía 15 años en un pueblo de Michoacán. “En aquellos tiempos las mujeres caminaban los domingos alrededor del kiosco del pueblo y los hombres lo hacían en sentido contrario, me contaba mi madre”.

“Fue en una de sus recorridos que una vez se le acercó un joven para entregarle un pañuelo o una flor, pero mi madre no le hizo caso, pero como le tocó el brazo eso fue motivo para que sus padres y los del muchacho se pusieran de acuerdo para casarlos sin conocerse”, relata.

“Fueron solo unos pasos que duró ese contacto, pero lo suficiente para que le cambiara la vida”.

Tras tener a sus primeros dos hijos en su pueblo, el joven padre decidió viajar a Los Angeles y al tiempo que Doña Teresa decidió venir a buscarlo a Tijuana, “pero mi padre solo venía a visitarla una vez al año y para embarazarla… así fue como mi madre tuvo diez hijos”.

Él le pedía que nos dejara y se fueran a vivir juntos a Los Angeles, pero mi madre nunca quiso y terminó por cambiarse de donde vivía para que no la encontrase.

“A mis hijos no los voy a dejar, si ellos me quieren dejar será cuando ellos quieran pero yo a ellos nunca”, recuerda las palabras que su madre cumplió como una guerrera hasta que el cáncer se la llevó.