El 83% de los brasileños vive en metrópolis, frente al 20% que lo hacía en los años cincuenta.
Vía/ForoEconómicoMundial
En 2012, un huracán arrasó Samoa. Funcionarios de varios organismos internacionales viajaron a esa isla del Pacífico para evaluar los daños y se llevaron una sorpresa: las casas que mejor habían resistido al tifón eran las pequeñas edificaciones típicas de ese lugar, con una sola planta y sin paredes entre las habitaciones. De esta manera, al llegar el huracán, bastó con abrir las ventanas para que nada ofreciera resistencia. La mayoría de edificios de estilo europeo se derrumbaron al paso del tornado, cuenta Esteban León, experto en desarrollo sostenible de Naciones Unidas. Conclusión: “En unos casos es importante modernizar, en otros, no”.
Unos años después, el entonces ministro de Cultura de Brasil, Juca Ferreira, se llevó otra sorpresa. Facebook borró la foto principal de una exposición de imágenes antiguas que acababa de inaugurar. Un hombre y una mujer indígenas figuran en ella con el torso descubierto. Los representantes de la red social en Brasil lamentaron que su empresa solo respondiera ante los tribunales californianos, que no puede centrarse en las leyes locales de cada país en el que opina. “Me dijeron que es muy difícil administrar un mundo con el puritanismo americano, el moralismo árabe...”, cuenta. “Hay una disputa internacional para decidir en qué mundo queremos vivir”.
Ferreira y León han participado esta semana junto con el exalcalde de Barcelona, Jordi Hereu, en la conferencia Cultura y ciudades resilientes organizada en la capital catalana por Global CAD. En ella han intentado explicar cómo la cultura puede ayudar a las ciudades a ser más resilientes, es decir, a tener un sistema tan fuerte como el cuerpo humano para reaccionar ante catástrofes, accidentes o el deterioro de su propio funcionamiento. Por ejemplo, la subida del nivel del agua en Venecia, el turismo en Barcelona o los huracanes en Nueva Orleans. Para los analistas, la única receta es que cada ciudad tiene que encontrar la suya.
“La ciudad es cultura toda ella porque es uno de los productos culturales de la humanidad”, asegura Hereu. El mayor reto en las ciudades, que en 2050 aglutinarán a tres de cada cuatro humanos, será tejer un “hilo invisible” entre los ciudadanos para darles herramientas que les permitan tomar el espacio público. En ese sentido, según el exalcalde, “las ciudades están en una gran disyuntiva: o pasan a ser el escenario de todos los dramas de la humanidad o se convierten en el sujeto de su transformación”.
El 83% de los brasileños vive en metrópolis, frente al 20% que lo hacía en los años cincuenta, apunta Ferreira. “El proceso fue avasallador, no hubo tiempo de pensar en urbanismo o en ecología... y la gente del campo llegó con sus tradiciones y valores propios que chocan con la cultura de masa de las ciudades”, explica.
La aglomeración de personas de diferentes contextos dio pie a la desigualdad, que los tres expertos coinciden en que es el peor “tsunami” que golpea las ciudades. “El mundo se urbaniza porque hay aglomeración y mercado, pero sin un proyecto colectivo, la ciudad es mucho menos ciudad”, lanza Hereu. Al respetar esa colectividad es cuando florecen proyectos como Vila Flores, el primer centro cultural de Porto Alegre, en Brasil, gracias a una joven heredera que decidió aislar de la especulación a un edificio de su familia para transformarlo en un lugar de creación para artistas. O la casa Geraçao Vidigal, una marca de moda hecha desde la favela Ciudad de Dios, en Río de Janeiro.
La cultura es solo uno de los pilares de la creación de resiliencia en las ciudades. Espacio público, seguridad, educación, vivienda, movilidad o salud son otros de los que sustentan ese crecimiento sostenible que el proyecto Towards a Human City (Hacia una ciudad humana) quiere sacar a la luz documentando y compartiendo iniciativas transformadoras en decenas de ciudades de todo el mundo.
En muchas ocasiones, sin el factor cultural, indígena o autóctono, la gestión de desastres por parte de los organismos internacionales se complica, asegura León, que a la vez llama a un sentido pragmático en el eterno choque entre lo local y lo global: “si queremos diversidad también debemos estar listos para perder algo; me dicen que si me como una paella en La Rambla ya no es la tradicional”, bromea.