Era como si la música se volviera objeto y la pusiéramos en nuestros ojos. ¿La música como lentes de visión X?
La tarde era un vil cagadero de gente, mientras un “I’m moving in between. Can you feel me in between?” se oía al máximo volumen con mis audífonos.
Estaba ahí al lado del motel Tijuana, el que está por la 5 y 10, y por segundo día consecutivo -y a la misma hora, curiosamente- mi reproductor escogió esa canción aleatoriamente de los Chemical Brothers.
Esperaba para cruzar el semáforo, mientras al policía municipal le daba la puta gana de cambiarlo, y la conglomeración de personas iba en aumento, por lo que fácil se juntaron unas 100 debajo del puente del Benítez; todas esperando a que el “placa” decidiera que ya era momento de hacerlo. ‘Believe’ seguía retumbando a todo lo que daba, y en cuestión de milésimas de segundo se me vino una elipsis de ‘Begin Again’, justo en la escena donde Mark Ruffalo le pone las orejeras a Keira Knightley, para que ésta, al oír la música, le dé un sentido completamente diferente a lo que era un pasaje cotidiano más común que corriente.
Era como si la música se volviera objeto y la pusiéramos en nuestros ojos. ¿La música como lentes de visión X? ¿Por qué no? ¿O era que se trataba de ver con los tímpanos? Algo así me pasó con el frenético “I needed to believe in something”, al hacer rápidamente una conexión neuronal con las máquinas que cobran vida en el video de los Chemical.
Recordé que las máquinas se salían de ese movimiento perene -al que su programador las somete- por la paranoia y la certeza que el protagonista del video tenía, un humilde obrero inglés, quien posiblemente se encontraba aturdido por las arduas horas de trabajo que realizaba en una fábrica de un suburbio londinense.
En ese momento supuse que alguien —acá en la 5 y 10— podría ser víctima de un agudo cuadro de perplejidad y certeza, y que de la nada empezaría a correr, después de llegar más que estresado a la parada de las calafias, mandando a la chingada al checador, que para esas horas tiene un madral de jale.
Nadie corrió y nadie huyó, ni siquiera porque se acercaba un tren que buscaba entrar a la Gasera, y que iba muy despacio, esperando que ni un calafiero se le atravesara. Y fue por ese tren, que el agente de Tránsito decidió cambiar de inmediato el semáforo, el mismo que marcaba exactamente 26 segundos.
Ahí fue cuando se me vino a la mente otro video, siendo éste el de ‘Tango’, del polaco Zbigniew Rybczyńsk, en el que en un simple cuarto es ocupado por 36 personajes, quienes repiten una y otra vez sus acciones, tratando el director que con los fotogramas nunca se invadieran los espacios de los protagonistas.
“Fue un milagro que el negativo aguantara todo este proceso y al final sólo tuviera daños menores, y que yo sólo cometiera unos cientos de errores matemáticos de varios de cientos de miles de posibilidades”, diría alguna vez Rybczyńsk, sobre su cortometraje que dura 8 minutos y que tardó más de medio año en producir. Volviendo a mí, me llevó solamente unos ocho segundos pasar de un extremo a otro de la calle, pero en esos pocos segundos vi que en ese momento estaba viviendo algo similar que en ‘Tango’.
Noté que las cerca de 100 personas, al atravesar el concreto y entremezclarse entre sí, jamás hicieron contacto con las demás y (así sea por centímetros) respetaron los espacios que había con los otros, para no jugarla al chingón como Richard Ashcroft en “Bitter Sweet Symphony”, bailando una danza que infinitamente nunca se volverá a repetir.
Y sí, sí llegó esa “certeza”, recalcándome en mi mente que Rybczyńsk pudo haberse ahorrado meses y meses de trabajo si tan sólo estuviera en ese momento. Definitivamente eso era imposible, porque he confundió todos los conceptos que trató de impregnar con su obra.
Creo que esa canción de los Chemical que aún seguía en los audífonos me mal viajó. Espero ya no volverla a escucharla cuando ande por la 5 y 10. Me vuelve paranoico por algunos minutos. Tengo el estomago revuelto. Esperar a cruzar ese semáforo es un puto asco.