En sus pupilas, la noche parece una perla negra brillando en la oscuridad, reflejando el brillo de los autos que pasan a sólo uno metros en la carretera y el centelleo de los charcos que la lluvia ha dejado en el asfalto. Tiene nueve años y ha cruzado al otro lado del mundo con sus padres, huyendo de la violencia.
CHIAPAS.- “Ahí no hay nada, en Angola sólo hay guerra”, afirma Allberto con un español difuso, aprendido de manera brusca, pero suficiente para darse a entender; sus palabras sincretizan las de sus padres y la de un centenar de africanos varados en Chiapas desde hace semanas.
En sus pupilas, la noche parece una perla negra brillando en la oscuridad, reflejando el brillo de los autos que pasan a sólo uno metros en la carretera y el centelleo de los charcos que la lluvia ha dejado en el asfalto. Tiene nueve años y ha cruzado al otro lado del mundo con sus padres, huyendo de la violencia.
Desde hace un mes su hogar es una casa de campaña a las afueras de las oficinas del Instituto Nacional de Migración llamadas Siglo XXI, esperando sus permisos para llegar a la frontera norte de México y llegar a Estados Unidos, desde donde ven el ir y venir de autobuses con inmigrantes centroamericanos en espera de ser deportados.
La lluvia ha pasado, un viento fresco se cuela entre los árboles, bordea su campamento donde mujeres cocinan sobre leña un extraño caldo en una olla llena de hollín, alrededor más niños, juegan, ríen, corren alrededor de los ojos expectantes de los elementos de la Guardia Nacional y Policía Federal, que vigilan el lugar desde su trincheras.
Alberto no les tiene miedo, se acerca a ellos, sube a las vallas y desde ahí platica con ellos como viejos, saca de sus bolsillos dos carritos amarillos y se los enseña sonriendo.
Los militares parecen conocerlo bien; “hoy no viniste por alegría”, le dicen, pareciera que su diversión es hablar en ese español rudimentario, alimentado por la curiosidad de un niño ante lo desconocido.
"He aprendido a hablar en el camino, en Angola no había escuelas, nada, no había nada, aquí me gusta", dice.
La historia de cómo atravesó el mar es difusa, tan solo dice que llegó a Tapachula en un camión grande, no dice nada más, entonces de nuevo aparece la curiosidad: ¿Qué ves, en tu teléfono, a ver?.
Sus dedos se mueven ágilmente sobre la pantalla, ve las fotografías, se sorprende del tamaño de la Ciudad de México vista desde las alturas, hasta que abre YouTube y pone un video de los Avengers. "Es el Capitán América, a otro no lo conozco", menciona al mismo tiempo que su mirada se pierde en la pequeña pantalla, apenas y atina responder, sigue en ese pequeño mundo, un video tras otro.
El rugir de un autobús lo trae de nuevo a la realidad, ha frenado bruscamente frente al campamento. Con sus ojos , Alberto sigue el lento maniobrar del gigantesco camión tan parecido a los carritos de sus bolsillos, pareciera que algo espera, que algo sucederá, algo lejos de su rutina a la orilla de la carretera.
Pero al final el autobús se va, entonces regresa a la pantalla y a la guerra entre superhéroes sin decir nada, hasta que una voz a lo lejos, palabras en portugués que desde lejos parecían un regaño y cerca también. Su mamá lo llama, él la ignora, hasta que la sombra de una mujer eclipsa la luz de las farolas que lo hacen dejar por fin el teléfono. (rnn/Notimex)