Levantarse para recaer, es el modo de vida de "Juan", quien ve en la Canalización Río Tijuana, el lugar para poder escapar de su realidad.
Fotos y Texto: Crisstian Villicaña
"Ahorita me iba internar en un centro de rehabilitación, pero en la mañana hablé con mi morra que está al otro lado y me 'awité' porque dejo que se metiera en broncas nuestra hija, y aquí ando, un rato para olvidar".
Esos fueron las primeras palabras que escuché de "Juan" luego de encontrarlo junto a otra persona a punto de inyectarse heroína o como se expresa en las calles, a punto de picarse la vena, de 'arponearse'.
El lugar que escogieron para alejarse de la realidad, para cubrir su adicción o como se quiera ver, no era precisamente un espacio alejado del vaivén de personas y automóviles, ni cumplía con el estereotipo de un picadero, todo lo contrario, era a un costado de la fila de autos que esperan para ingresar a través de la Garita de San Ysidro; en pleno Paseo de los Héroes, una de las vialidades más transitadas de la ciudad.
En ese espacio, "Juan" platicaba sin dejar de lado su objetivo, lograr introducir la heroína ya diluida por una de las dos jeringas que tenía en su mano; una para él y otra para su acompañante; en ese instante, se volvió inevitable contrastar la escena con la de automovilistas con gafas obscuras y ropas limpias, esperando turno para ir a trabajar, de compras o por cuestiones personales o familiares, cualquiera de ellas, contrarias a la acción de introducir heroína en el cuerpo.
"Te alejas con esto. Por cincuenta varos te puedes picar, salirte un rato. He estado ya en centros de rehabilitación, he ido y venido, a veces yo mismo sé que me tengo que calmar y me guardo. Luego hay cosas que hacen sentir mal, que te dan el bajón, estás con los compas, y al rato ya se te antoja inyectarte", narra.
Tras lograr meter la heroína en la jeringa empieza la búsqueda de la vena. La piel morena de sus brazos, manchados de tizne y unas manos que muestran heridas propias de andar en las calles, hacen lo suyo, su compañero, por su parte, mira atento, esperando con ansia su turno, mientras, "Juan", prosigue.
El líquido negro comienza a meterse en su cuerpo, es momento de silencio, aunque no deja de soltar algunas frases. "Aquí muchos se pican, al sordón", sus venas se exaltan y ya cada vez son menos las palabras de "Juan", quien ya comienza a sentir los efectos de una de las drogas más potentes en el planeta.
Mientras “Juan” entra en ese viaje, hay un peligro latente: la muerte, esa que la Organización Mundial de la Salud, señala en su Informe Mundial de Drogas 2018.
"A nivel mundial, las muertes causadas directamente por el uso de sustancias aumentaron en un 60 % entre 2000 y 2015. Las personas mayores de 50 años representaron el 27 % de estos decesos en el año 2000, pero esta cifra aumentó al 39 % en 2015. Alrededor de las tres cuartas partes de las muertes asociadas a trastornos por consumo de drogas entre los mayores de 50 años se encuentran en usuarios de opioides".
Para "Juan" sólo queda esperar a que tenga la suficiente fuerza y voluntad para intentar dejar la adictiva heroína y no formar parte de la estadística de una droga que va dejando estragos en todos lados, como si de una plaga se tratara.
Su facilidad para conseguirla en las calles, su bajo costo (alrededor de 50 pesos la dosis más económica) y por ende lo redituable que es para los cárteles de droga la vuelve un peligro que parece lejos de erradicarse.
Hoy por hoy, existen muchos como "Juan", en la canalización del Río Tijuana, entre las avenidas más transitadas, en los picaderos, en los hogares, todos, luchando contra sus demonios, los cuales esperan un día vencer hasta ya no recaer.