Los jerarcas de la Iglesia Católica en México se pronuncian a favor de los migrantes.

CIUDAD DE MÉXICO.- La frontera entre México y Estados Unidos “no es una zona de guerra”, estableció en un documento dirigido a los presidente Donald Trump y Enrique Peña Nieto, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) en el que reafirmó su compromiso con los migrantes y señalar que el único futuro posible para nuestra región es el futuro edificado con puentes de confianza y desarrollo compartido, no con muros de indignidad y de violencia.

La declaración titulada “Por la dignidad de los migrantes”, fue firmado por la jerarquía de la Iglesia Católica del País, encabezado por el Cardenal José Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara, Presidente de la CEM, y los obispos de la Frontera Norte de México, entre ellos Francisco Moreno Barrón, Arzobispo de la Arquidiócesis de Tijuana, y coordinador por México de la reunión de obispos de las Californias; José Isidro Guerrero Macías, Obispo de Mexicali y Rafael Valdez Torres, Obispo de Ensenada.

TEXTO ÍNTEGRO DE LA DECLARACIÓN:

Por primera vez en la historia de la Iglesia católica en México los obispos abajo firmantes nos dirigimos a todos los habitantes de México y de Estados Unidos, independientemente de sus convicciones religiosas, y de manera muy especial y con gran respeto, a los Presidentes de nuestros respectivos países, con motivo del despliegue de tropas de la Guardia Nacional norteamericana en la frontera que delimita nuestros territorios. 

La Iglesia católica, en fidelidad a la fe en Jesucristo, no puede pasar de largo ante el sufrimiento de nuestros hermanos migrantes que buscan mejores condiciones de vida al cruzar la frontera para trabajar y contribuir al bien común no sólo de sus familias sino del país hermano que los recibe.

Sabemos que los presentes y futuros flujos migratorios requerirán de una renovada regulación por parte de ambas naciones. Así mismo, no nos es ajeno que una dimensión constitutiva de una sociedad próspera y pacífica es la verdadera vigencia del Estado de Derecho. Sin embargo, no toda norma, ni toda decisión política o militar, por el mero hecho de promulgarse o definirse, es de suyo justa y conforme a los derechos humanos.

Si ha habido una lección histórica que todos como sociedad hemos aprendido tras los conflictos mundiales vividos durante el siglo XX es que lo legal requiere de ser legítimo; es que la dignidad inalienable de la persona humana es la verdadera fuente del derecho; es que el dolor de los más vulnerables debe ser entendido como norma suprema y criterio fundamental para el desarrollo de los pueblos y la construcción de un futuro con paz. Ese es el origen profundo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese es el fundamento universal de una convivencia fraterna entre las naciones. 

Por estas razones, los obispos mexicanos deseamos repetir lo que dijimos hace un año: “el grito de los migrantes es nuestro grito”. ¡Su dolor es nuestro dolor! ¡En cada migrante que es lastimado en su dignidad y en sus derechos, Jesucristo vuelve a ser crucificado!

Los gobiernos mexicanos del pasado y del presente tienen una grave responsabilidad al no haber creado las oportunidades suficientes de desarrollo para nuestro pueblo pobre y marginado. Por eso, nuestra incipiente democracia tiene un enorme reto en el futuro próximo: escoger a quienes deben de realizar de manera honesta, sin corrupción e impunidad, un cambio histórico que ayude a que el Pueblo de México realmente sea el protagonista de su desarrollo, con paz, justicia y respeto irrestricto a los derechos humanos. Un camino que implica, también, no cerrarse sino abrirse a la dinámica del nuevo mundo global, cada vez más interdependiente y necesitado de solidaridad y cooperación.

Sin embargo, las carencias que tenemos los mexicanos no pueden ser justificación para promover el antagonismo entre pueblos que están llamados a ser amigos y hermanos. No es conforme a la dignidad humana y a las mejores razones y argumentos concebidos por hombres como Abraham Lincoln o Bartolomé de las Casas, edificar barreras que nos dividan o implementar acciones que nos violenten. Los migrantes no son criminales sino seres humanos vulnerables que tienen auténtico derecho al desarrollo personal y comunitario.

De ahí la defensa que la Iglesia hace a nivel universal, y de manera particular a través del trabajo que se realiza entre los pueblos hermanos: México y USA, con Centroamérica, el Caribe, Latinoamérica y Canadá, en esta necesaria atención a nuestros hermanos migrantes.

Sólo hay futuro en la promoción y defensa de la igual dignidad y de la igual libertad entre los seres humanos. La frontera entre México y Estados Unidos “no es una zona de guerra”, como han dicho recientemente nuestros hermanos obispos de los Estados Unidos. Al contrario, esta zona está llamada a ser ejemplo de vinculación y corresponsabilidad. El único futuro posible para nuestra región es el futuro edificado con puentes de confianza y desarrollo compartido, no con muros de indignidad y de violencia. Más aún, el Papa Francisco sin ambages nos ha dicho a todos: “una persona que sólo piensa en hacer muros, sea donde sea, y no construir puentes, no es cristiano. Esto no es el evangelio”.

Por la dignidad de los migrantes y por la dignidad de todos los habitantes de nuestros países, proponemos consumir nuestras energías en la creación de otro tipo de soluciones. Soluciones que siembren fraternidad y enriquecimiento mutuo en el orden humanitario, cultural y social.

Que la Virgen de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive y Patrona de nuestra Libertad, bendiga a nuestros gobernantes y a nuestros pueblos. Que Ella nos sostenga en el esfuerzo por hacer de nuestras naciones, y de toda nuestra región, un espacio de reconciliación fraterna, de desarrollo integral y de servicio solidario a los más pobres que sirva de inspiración para el mundo entero.