El VIH ya no mata físicamente, pero si lo hace socialmente, aísla a las personas portadoras, son víctimas de rechazo y estigma.
CDMX.- Mientras muchos jóvenes se cuidan para no adquirir una infección de transmisión sexual, como el VIH, Alberto consideró adquirirlo, luego de un largo periodo de depresión en el que se encontraba.
Y es que, después de los 20 años de edad, conoció a un chico del cual se enamoró perdidamente, y aunque sufría violencia física por parte de él, nunca pensó en dejarlo, así que dejó crecer su relación tóxica con tal de mantenerlo a su lado, el “pégame pero no me dejes” se volvió su lema.
Después de casi 10 años de relación, su novio lo corrió de la casa donde ambos vivían, le aventó sus cosas a la calle y así de pronto se vio solo, en la calle, y sin pareja. En ese momento sintió que el mundo se venía abajo, lloró, se quebró, la vida ya no importaba más.
En el año 2000 sumido en su depresión, pensó en acabar con su vida, sin embargo no se sentía con el valor de hacerlo el mismo, por lo cual pensó en otras opciones y entre ellas estaba en infectarse con VIH, ya que pensaba que si lo adquiría, en unos meses ya no existiría más.
Así que se aventuró y acudió cada fin de semana a los antros gay de la Ciudad de México.Todos los viernes y sábados, durante algunos años, tuvo sexo sin protección, tenía cinco encuentros sexuales por día, pues pensaba que de entre todos esos hombres, habría alguno que lo contagiaría y así terminaría con su vida.
Tres años después le diagnosticaron VIH, “cuando me dieron el diagnóstico, lo miré, lo guardé en la bolsa del pantalón y salí como si nada, seguí con mi vida normal".Aunque no tuvo depresión como tal, se encerró, no compartió la noticia con nadie, no estaba feliz, pero estaba tranquilo, porque era algo que yo había buscado.
Después del diagnóstico, no regresó a recibir atención médica y así pasaron otros tres años, pues solo era cuestión de tiempo.
En 2006, mientras se lavaba los dientes, se dio cuenta que las muelas se le desprendían a pedazos, y eso despertó una alerta en él, se dio cuenta que no se iba a morir, ya habían pasado tres años y él seguía ahí, ademas su depresión ya había pasado, y fue entonces que tomó conciencia de su condición.
Se dijo a sí mismo que si iba a continuar viviendo, quería hacerlo bien, “yo no se cuanto tiempo voy a seguir aquí, pero el tiempo que me quede voy a estar bien. Ahora sigo pensando qué pasó por algo, aunque no lo volvería hacer, tampoco me arrepiento de haberlo hecho, yo tenía un motivo para hacerlo”.
Recordó que a él le tocó vivir la aparición del VIH, en ese tiempo se veía que todo mundo se moría por esa causa, motivo que lo hizo pensar que todos morirían por eso, es cuestión de tiempo, todos nos vamos a morir de VIH, por eso tampoco entró en un estado de depresión y nunca lo había tenido hasta ese momento.
Ahora piensa que fue una manera “estúpida” de adquirirlo, pero ya era momento de hacer algo, por eso acudió al médico para atender el problema de los dientes y comenzó con su tratamiento para la enfermedad, empezó a mejorar y hasta la fecha nunca ha tenido una recaída.“En ese aspecto me siento afortunado, porque tengo amigos que a muchos les dieron el diagnóstico a partir de que ya tenían su salud muy deteriorada, tenían las toxoplasmosis y todas esas enfermedades relacionadas con el VIH, yo nunca tuve nada de eso”, resaltó.
Al cumplir 10 años con la enfermedad, y ya con 40 años de edad, se sintió harto de tener que tomar tres pastillas al día, de tener que esconderse para tomar el medicamento, ya que lo veía como algo suyo, algo que él se buscó, y no tenía porque decírselo a nadie.
No quería que nadie se sintiera triste por eso, en especial su familia, nunca pensó que sentirían lástima por él, sino que se pusieran tristes, era lo que le pesaba, así, acudía a sus citas con el médico sin que nadie lo supiera.
Tiempo después se enteró que la caída de los dientes no había tenido que ver con el VIH, sino por un descuido, el VIH nunca le ha afectado físicamente, jamás ha tenido una hospitalización grave como le pasó a otros amigos.
En 2015 pensó que era momento de compartir su enfermedad, de salir de su segundo clóset y decir que tiene VIH (una vez lo hizo al asumirse como hombre gay), por lo cual les dijo uno a uno de sus amigos que era portador del virus, y el rechazo que el tanto temía, nunca llegó.
Lo anterior lo hizo sentirse afortunado, pues con todos los inconvenientes que tiene la enfermedad, el vive muy bien, tiene trabajo, amigos y la gente en general no lo nota, aunque el resto de sus amigos no lo saben y tampoco su familia, con quienes tampoco ha compartido que es homosexual, aunque lo sospechan, porque en 48 años nunca le han conocido una “novia”.
En ese afán de compartir su experiencia con el virus, llegó al grupo de convivencia, Milk Sero Más, quería compartir lo que él vivía y convivir con personas que tuvieran su misma condición, conoció a personas que se volvieron sus amigos, lo recibieron muy bien, y se involucró tanto que ahora es una de las cuatro personas que lo dirigen y organiza las pláticas.
El grupo tiene siete años y aunque llegó a albergar hasta 100 personas, en la actualidad el número ha bajado por problemas de espacio. El temblor de 2017 afectó el edificio donde sesionaban y tuvieron que cerrar.
Hace unos meses encontraron un nuevo espacio en Zona Rosa en la librería Voces en Tinta.Ahora quieren a dar a conocer de nuevo al grupo y que la gente se entere que tienen un nuevo espacio y siguen activos, ahora cuentan solo con 15 integrantes y sesionan los martes de 18:00 a 20:00 horas.
Explicó que cada sesión tratan un tema específico, que va desde como tomar el medicamento, que dieta seguir, que alimentos evitar, hasta hablar de los últimos descubrimientos científicos, además comparten experiencias personales o sobre libros y películas que abordan el tema.
“Yo creo en el activismo a nivel personal, el de sensibilizar a mis amigos, compañeros de trabajo, a la familia, con la sensibilizar a las personas a mi alrededor, y estas a su vez harán lo mismo con la gente cercana a ellos y así nos vamos, pero para esto yo tengo que atreverme a decir soy Alberto, vivo con VIH y vivo bien”.
El VIH ya no mata físicamente, pero si lo hace socialmente, aísla a las personas portadoras, son víctimas de rechazo y estigma, "la muerte social no la combate ninguna pastilla. No hay ningún avance científico que cure los prejuicios de la gente”. (shv)