“Empecé en esto y me gustó, primero con un cajón en la calle y luego ella me consiguió esto, pero antes me leyó la cartilla. Aquí llevo ya muchos años”.
- El brillo es lo más importante de la vida. Es lo más bonito de la vida, es lo mejor...
La seguridad con la que ese hombre hincado en el suelo dijo la frase es una de las cosas más convincentes escuchadas en mucho tiempo.
Sentenció lo del brillo con la misma firmeza con la que tomaba un zapato con la mano izquierda y lo frotaba con los dedos de la derecha, todos manchados de líquidos de eficacia inminente en lo que a restauración de calzado atañe.
Hacía la faena con singular cariño, llegando a cada rincón de la superficie de la piel sin despegar los dedos y los ojos de su pieza de trabajo.
Era tanta su concentración que de vez en cuando su cara reflejaba expresiones posibles sólo si hay plena entrega al momento.
Tenía una rodilla en el piso llano, soportando su delgado cuerpo ataviado con humildes ropas y zapatos desgastados.
Tomaba las pócimas de unas botellitas apachurradas que en principio contuvieron refresco y luego sirvieron de depósitos sin majestuosidad, pero muy funcionales en la intención de guardar sustancias y la secrecía de su naturaleza.
Dicharachero, pero cauto, primero sólo entregado al menester de darle nueva vida a dos pares, uno de botas y otro de un modelo infantil que no descartó en calificar de fino, se fue entregando a la plática emigrante de lo superficial a lo complejo.
Confió su origen, su lugar de nacimiento y hasta la anécdota del regalo de su madre convertido en su medio de sustento permanente.
“Empecé en esto y me gustó, primero con un cajón en la calle y luego ella me consiguió esto, pero antes me leyó la cartilla. Aquí llevo ya muchos años”.
La cantidad de tiempo rebasa los dos pares de décadas a la sombra de los árboles perimetrales del parque Teniente Guerrero, uno de lo más emblemáticos de Tijuana.
Tanta experiencia y permanencia permiten ofrecerle a la clientela un espacio cómodo para recibir brillo en el calzado en una resistente silla de un puesto de bolero de los que pupulan en el sitio, pero en el caso del de Bernardo Rodríguez, que es de exclusividad para sus clientes porque él realiza la faena de “lo más bonito de la vida” desde el simple suelo, con una rodilla apoyada y esbozando una sonrisa.