Con el 91,6% de los votos escrutados, Lula sumaba 47,3% de los sufragios, por 44,2% de Bolsonaro, según la autoridad electoral, por lo que la contienda presidencial se definirá en una segunda vuelta
BRASILIA, BRASIL.- Los dos principales candidatos a la presidencia de Brasil estaban empatados a última hora del domingo, en una elección muy polarizada que podría determinar si el país devuelve a un izquierdista al timón de la cuarta democracia más grande del mundo o mantiene a un derechista en el cargo durante otros cuatro años.
En la contienda se enfrentan el actual presidente Jair Bolsonaro con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Hay otros nueve candidatos, pero su apoyo es mucho menor que los de Bolsonaro y Lula.
Con el 91,6% de los votos escrutados, Lula sumaba 47,3% de los sufragios, por 44,2% de Bolsonaro, según la autoridad electoral.
Aparentemente ninguno de ellos dos rebasará el 50% de los votos válidos, lo que significa que tendrá que realizarse una segunda ronda el 30 de octubre.
Los sondeos de opinión más recientes le daban a Lula una sólida ventaja: el último sondeo de Datafolha, publicado el sábado, registró una intención de voto de 50% para Lula, por 36% para Bolsonaro. Se entrevistó a 12 mil 800 personas, con un margen de error de más/menos 2 puntos porcentuales.
Los comicios terminaron siendo mucho más reñidos de lo previsto, tanto en la contienda presidencial como en las de gobernadores y congresistas.
La ultraderecha ha mostrado una gran resistencia en las elecciones presidenciales y en las estatales, señaló Carlos Melo, profesor de ciencias políticas en la Universidad Insper de Sao Paulo.
Es demasiado pronto para profundizar, pero esta elección muestra que la victoria de Bolsonaro en 2018 no fue un evento aislado, añadió.
Bolsonaro tuvo un buen desempeño en la región sureste de Brasil, que incluye los estados altamente poblados de Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, de acuerdo con Rafael Cortez, quien supervisa el análisis de riesgos políticos en Tendencias Consultoria
Las encuestas no captaron ese crecimiento, señaló.
El mandato de Bolsonaro se ha distinguido por su retórica provocadora, su presión sobre instituciones democráticas, su criticada gestión de la pandemia de COVID-19 y la peor deforestación en la selva amazónica en 15 años.
Pero ha formado una base de fieles con su defensa de los valores familiares tradicionales, su rechazo a la corrección política y presentándose como un protector de la nación ante políticas de izquierda que, según dice, erosionan la libertad personal y provocan inestabilidad económica.
La lenta recuperación económica aún no se ha hecho patente para los más pobres, y 33 millones de brasileños pasan hambre pese al aumento de la asistencia pública. Como varios de sus vecinos latinoamericanos que lidian con una alta inflación y un gran número de personas excluidas del empleo formal, Brasil sopesa un giro a la izquierda.
Bolsonaro ha cuestionado de forma reiterada la fiabilidad no sólo de los sondeos, sino de las máquinas de voto electrónico. Los analistas temen que haya sentado las bases para rechazar los resultados.
En un momento dado, Bolsonaro afirmó tener pruebas de fraude, pero nunca presentó ninguna, ni siquiera después de que la autoridad electoral le marcara un plazo límite para hacerlo. El 18 de septiembre dijo que si no ganaba en primera ronda, algo debía ser anómalo.
Lula, de 76 años, fue un obrero metalúrgico que salió de la pobreza para llegar a la presidencia, y se le reconoce la creación de un amplio programa de prestaciones sociales durante su mandato entre 2003 y 2010 que ayudó a elevar a decenas de millones de personas a la clase media.
Pero también se le recuerda por la implicación de su gobierno en escándalos de corrupción que involucraban a políticos y ejecutivos de empresas.
Las propias condenas contra Lula por corrupción y lavado de dinero le supusieron 19 meses de prisión, que le dejaron fuera de la campaña presidencial de 2018 en la que según los sondeos tenía ventaja sobre Bolsonaro. El Supremo Tribunal Federal anuló más tarde las condenas de Lula con el argumento de que el juez no había sido imparcial y se coludió con la fiscalía.
Bolsonaro creció en una familia de clase media-baja antes de entrar en el ejército. Más tarde entró en la política tras ser expulsado del ejército por propugnar abiertamente por que se subiera el salario de los militares. Durante sus siete periodos en la cámara baja del Congreso expresó a menudo su nostalgia por las dos décadas de dictadura militar en el país.
Sus gestos hacia las fuerzas armadas han causado preocupaciones de que algún posible rechazo de los resultados electorales pueda contar con el apoyo de oficiales de alto rango.
El sábado, Bolsonaro compartió mensajes en las redes sociales de líderes derechistas extranjeros que lo elogiaban, como el expresidente estadounidense Donald Trump, el ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el primer ministro húngaro Viktor Orbán.
Tras votar en Río de Janeiro el domingo por la mañana y portando una camiseta con los colores de la bandera brasileña, Bolsonaro dijo a periodistas que las elecciones limpias deben ser respetadas y que la primera ronda será decisiva. Cuando se le preguntó si respetaría los resultados, alzó el pulgar y se fue.