Tras una larga trayectoria intelectual, el historiador mexicano sigue indagando en el pasado de nuestra sociedad mexicana, actualmente a través de la publicación de su más reciente obra intitulada La Conquista.
Por Mario Bravo Soria / Notimex
CIUDAD DE MÉXICO.- El historiador Enrique Semo nació en Bulgaria durante el año de 1930, a inicios de una década que ya prefiguraba al terror y la barbarie que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) traería consigo. Sus padres al sentir cercanamente los incesantes acechos del nazismo, decidieron emigrar primeramente hacia Francia, pero ante el avance del horror propio del exterminio de judíos por parte del proyecto de muerte y aniquilamiento encabezado por Adolf Hitler, la familia del hoy historiador optó por viajar a un lugar más seguro, que les garantizara algo que en épocas de atrocidades y campos de exterminio no era, para nada, poca cosa: la vida.
Así emprendieron un largo viaje rumbo a México, país que les acogió y brindó oportunidades para sobrevivir y preservar un futuro que en Europa estaba signado con el nombre de la muerte y el olvido. Era 1942, año en que nuestro entrevistado llegó a un territorio totalmente diferente a lo que él conocía durante sus primeros días de vida; nuevos paisajes, nuevas costumbres y comidas, otros sonidos, otras palabras y otra historia… pero todo mejor en comparación con lo dejado en la vieja patria, en donde un destino fatal ya pendía por sobre las frentes de los integrantes de la familia Semo Calev.
Conozcamos así el itinerario del viaje geográfico e intelectual del también investigador emérito de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien a sus 89 años de edad aún sigue generándose preguntas que le formula al pasado, intentando así cumplir con uno de los deberes principales de un historiador, según él mismo expresó durante esta entrevista: explicar por qué sucedieron así las cosas en los tiempos pretéritos.
México, un cuento de hadas...
—¿Cómo recuerda esa infancia en donde estar en otro país representaba, si bien seguridad de mantener la vida, pero también me imagino que cierta incomodidad y temor dentro de su condición de extranjero...?
—Recuerdo los dos años cuando estuve en la guerra (porque nosotros escapamos de Europa durante el año 1942) como una serie de tragedias, pero también resalto el genio de mis padres que me supieron hacer vivir una época terrible con el mínimo de traumas. Tuve padres muy cariñosos e inteligentes. Nosotros vivíamos al borde de la muerte, desde 1939 hasta 1942, pero yo nunca lo sentí así por el trato de mis padres.
“Fuimos desde Bulgaria en el famoso tren Orient Express hasta Francia, en donde vivimos dos años. Primero estuvimos en París, de ahí entraban los alemanes por un lado y por el otro salíamos nosotros, hasta Marsella, lo más lejos posible de los nazis. De ahí Francia quedó dividida: bajo los franceses y la que se hallaba ocupada. Nosotros vivimos en la Francia libre, pero en realidad el gobierno de Philippe Pétain y la policía francesa hacían todo lo que los alemanes les decían.
—Y entonces sus padres decidieron emigrar hacia México…
—Cruzamos España, después Portugal y desde Lisboa un barco de carga nos trajo a México.
—Llegan a México, ¿cómo fue esa protección materna y paterna hacia usted, en el sentido de resguardarlos de los temores?
—En Veracruz fue como llegar a un cuento de hadas… todo era diferente a Europa… ¡para mis ojos, claro! Primero fuimos al mercado: los olores del mercado mexicano, la abundancia absoluta de todo lo que no había en Europa y además, los frutos que eran de los trópicos, también la forma de hablar de los vendedores:
“—¡Marchante, pruebe este mango…!
“Todo era raro en ese sentido. Después, los hombres indígenas vestían de color blanco, lo que nos impresionó mucho. Luego el viaje en el tren Veracruz - México que (debido a una huelga) se realizó en 24 horas… ¡Fue todo maravilloso...!”.
Lector de Salgari
—¿Cómo fueron sus primeros acercamientos o inquietudes con la Historia como disciplina y método para entender lo que sucedía en el mundo?
—Mire, yo soy un gran lector de novelas, desde la edad de 9 o 10 años. Emilio Salgari, por ejemplo, me leí todo Salgari. Karl May que escribía sobre los indios norteamericanos, los comanches, los apaches... todo Karl May, que son como veinte libros. Esas novelas me crearon la imaginación histórica.
“No entendía yo bien a bien por qué los personajes hacían lo que hacían, me parecía raro, pero me dio el interés de entender por qué era así. Esos son excelentes autores. Después dentro de mi escuela en Marsella, había una maestra que me enseñó los autores de la provincia francesa, que hablan mucho de niños. Otra idea maravillosa, una realidad que yo desconocía.
Los años universitarios
—¿Usted en dónde estudió la licenciatura?
—Mire usted, la historia es complicada. Mi licenciatura de economía la estudié en Israel, en donde hice cuatro años de estudios en la Universidad de Derecho y Economía, que había en ese entonces, una universidad que ya no existe. Después de estudiar economía ahí, me formé en Historia desde cero aquí en México, dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Mi maestría y doctorado fueron en la Alemania democrática, un país que ya no existe, en una universidad que sí existe pero no es ni la sombra de lo que era, me refiero a la Universidad Humboldt de Berlín.
—¿Cuáles serían las corrientes, dentro del plano historiográfico, en donde usted se adscribe? ¿Quiénes serían para usted los referentes en la Historia como disciplina?
—Tuve mi formación histórica desde la edad de veintitantos años, sobre todo a través del grupo de historiadores marxistas ingleses: Eric Hobsbawm, E. P. Thompson, C. Hill, todos ellos historiadores marxistas ingleses. También me influyeron mucho los pertenecientes a la Escuela de los Annales, que fundaron la revista Annales. Me ayudó en eso el hecho de que hablaba los idiomas perfectamente y leía en francés e inglés, cosa que ahora ya no es problema debido a la ayuda que representa la computadora, pero en mis tiempos había que aprender idiomas…
La fiebre de la guerra
—En ese sentido, E. P. Thompson desarrolló el concepto de Experiencia, es central en cuanto a los trabajos que usted ha realizado….
—Claro, mi experiencia fue esa: que la guerra es una tragedia terrible. ¡La gran tragedia humana! Es algo que uno desde el punto de vista humano no se puede explicar: ¿por qué se estaban matando? Murieron 50 millones de personas en la Segunda Guerra Mundial. Yo viví eso, claro, como niño… pero la fiebre de guerra estaba en todos mis días.
“Después en México, tuve una gran impresión al mirar la gran diferencia entre los pobres y ricos. En Europa también había diferencia, pero nada parecido. La diferencia existente en México entre pobres y ricos me dejó verdaderamente sin habla y me marcó para toda mi vida. Yo no había visto en Europa nada parecido.
El indio: un invento de los conquistadores
—Lo siguiente es una hipótesis mía, usted me dirá si concuerda o no: en Europa supongo que la pobreza se puede analizar desde un componente de clase… es un tema meramente económico; en contraste, en México no sé si el tema del racismo sea la causa preponderante en cuanto a quiénes son pobres y quiénes no…
—Sí señor, también eso me impresionó. Que la gente morena era predominante entre los pobres y la gente blanca predominaba entre los ricos. Me recordó el problema de racismo que nosotros vivimos en Europa, específicamente en contra de los judíos.
“Yo soy un judío laico, es decir, nunca fuimos religiosos. Lo único que festejábamos eran las seis fiestas, comíamos mucho y muy bien, hacemos fiesta con la familia, es todo. Nunca hubo práctica religiosa porque mi padre era un liberal, un laico.
“Entonces, como judío laico, me pregunta la gente si todavía me considero judío. Yo les digo que sí, ¿por qué? Los judíos son un pueblo que ha sido perseguido, discriminado, asesinado durante 2000 mil años. ¿Por qué voy a renunciar a mi pertenencia a eso? No renuncio…
—El racismo no es solamente inferiorizar al otro por su color de piel…
—Hay muchas formas de racismo. Para los españoles que vinieron a México, su problema no era tanto la piel del moreno en contraposición a la del blanco, sino el invento de un concepto: "el indio". Es un concepto porque en la realidad no hay tal… existían Aztecas, mil pueblos diferentes, pero no había un indio. Ese es un invento español para distinguir a los pueblos originarios de ellos, quienes se consideraban ultra superiores, ¡hasta llegaron a discutir si los indios tenían alma o no…!
—Juan Ginés de Sepúlveda en el Juicio de Valladolid [1550-1551] dijo que los indios eran "Pueblos sin alma…”.
—¿Sabe por qué decidieron que sí tenían alma? Porque la iglesia católica estaba en un predicamento: los protestantes que habían surgido en 1521 les estaban quitando muchas almas, todas las almas de Alemania, Inglaterra, el norte de Francia se hacían protestantes: entonces era cuestión de ganar nuevas almas… ¡Pues los de América tienen alma…! ¡Sí tienen! [risas].
—Tienen alma… sin embargo, Bartolomé de Las Casas diría: "sí son seres humanos, pero son bárbaros a cristianizar", es decir, ¿no será que desde ahí empieza la condición de pobreza de los pueblos originarios que actualmente se sigue viviendo?
—Sí. Mire usted, las sociedades prehispánicas (tanto en el centro de México como en el norte, sur o el este) eran tremendamente igualitarias, sí había diferencia de clase pero no se compara con lo que se produjo en el sistema colonial. Los indios estaban abajo, como eran inferiores y muchos en cantidad, incluso se les podía explotar corriendo el riesgo de que perdieran la vida.
“Los indios ‘sin alma’, los pueblos originarios han estado en la parte baja de la sociedad desde entonces y hasta hoy. Esa es la terrible herencia del colonialismo español, porque no hay razón en realidad. Si hubiera habido un desarrollo sin europeos habría indios ricos e indios pobres, pero esa condición de estar abajo y explotados, eso es el colonialismo.
Mirar la Conquista desde el conquistado
—Un judío, Walter Benjamin, apostó por cepillar la historia a contrapelo. ¿A México le haría falta eso?
—Lo que hice en mi libro es tratar de ver la conquista desde el punto de vista del conquistado. Para eso tuve una gran deficiencia: yo no hablo los idiomas indígenas, pero leí todo lo que había, incluso aquello que escribieron indígenas mestizos sobre la época. Simplemente si uno pone como punto de visión a los indígenas, miraremos una Historia completamente diferente.
—Desde hace varios años, existe una "moda" pero también es una teoría que se llama el Giro Decolonial. Hoy en día está muy de moda, pero ya desde los años sesentas tanto Pablo González Casanova como Rodolfo Stavenhagen venían haciendo ese tipo de pensamiento. ¿Con lo decolonial cómo se relaciona usted? ¿Cómo lo percibe?
—El colonialismo está ligado como el hermano siamés del capitalismo. No existía antes del siglo XVI. Alejandro Magno conquistó imperios, pero un imperio es muy diferente a una colonial. La colonia sólo existe desde que el capitalismo comenzó a surgir en el siglo XVI. Es una relación de explotación mucho más terrible que la existente en los imperios.
“Así que esa explotación incluye la destrucción del ser cultural, porque obligaron a un pueblo a renunciar a su religión en el siglo XVI, los orillaron a renunciar a toda su cultura, su idea del bien y del mal, su noción de relación con la naturaleza, su forma de casarse, las relaciones entre hombre y mujer... destruyeron todo eso. Los indígenas quedaron, después de ese proceso de destrucción, como niños, que no tienen idea de lo bueno y malo. Los cristianos y los sacerdotes se portaban muy bien, vivían como ellos, pero venía el conquistador y los mataba, ¿cuál es el mensaje real? Fue terrible.
—Pablo González Casanova hablaría de que se generó hasta nuestros días un colonialismo interno en lo económico y Aníbal Quijano afirmó la existencia de una colonialidad del poder.
—Sí señor, con los dos estoy de acuerdo. Además, sumando lo de González Casanova (que por cierto, es mi amigo y es un hombre tremendamente longevo a quién yo admiro mucho), yo diría que está el problema de clases, no solamente del colonialismo. Porque el problema de los pueblos originarios, es que todos quedaron en las clases de abajo, las clases trabajadoras y lo terrible es que interiorizaron la visión del dominador: se vieron a sí mismos con los ojos del dominador, es lo más terrible.
—Habrá que romper eso en algún momento de nuestra historia como país.
—Ha habido rupturas en nuestra historia, por ejemplo, de hecho, el zapatismo fue un movimiento indígena, ¿no? Ahí hay una ruptura. Ha habido rupturas, pero hasta hoy todavía existe un país de dos culturas, de dos formas de vida...
Un próximo libro
—Maestro, finalmente, tras la publicación de estos dos volúmenes de la Conquista... ¿para qué sirve la Historia, según Enrique Semo?
—La Historia, según yo (porque hay muchas definiciones) debe servir para contestar a preguntas que nos hacemos en el presente o no sirve para nada. No se puede reunir materiales que están en archivos y saber cómo pasaron las cosas, el material de archivo no dice eso, sino que dice cómo la gente de aquella época pensó que pasaban las cosas… al historiador le corresponde explicar.
“Es plantear preguntas que parten del presente. Las preguntas que planteamos a la historia parten del presente, entonces yo impresionado a causa de que el racismo no cesa, de que ha habido una pobreza de los de abajo en la historia de México (desde el siglo XVI y no ha parado hasta hoy. Tenemos 50% de gente pobre, ¿yo no sé cómo se puede hablar del éxito de una economía con esta cifra? Es una economía fracasada), decía, impresionado por eso me puse a responder a una serie de preguntas… ¿por qué existe esa diferencia entre pobres y ricos?
“Segundo, le voy a plantear una pregunta. Después del sitio de Tenochtitlan, que duró tres meses de batallas de día y noche, no es cualquier cosa porque no fue un sitio pasivo. Día y noche se peleó: ¿Por qué después de tres meses, habiendo un ejército de aliados de los españoles, de cerca de 200 mil hombres…. por qué cuando cayó Tenochtitlán le dieron el poder a Hernán Cortes? ¿Por qué esos 300 mil guerreros armados no le dijeron a Hernán Cortes y a sus 700 hombres: "queremos el poder"?
—¿Cuál es la hipótesis de usted?
—Ah…, tienen que leer mi próximo libro que se intitulará El sitio de Tenochtitlan.
—Ya lo está escribiendo...
—Ya, lo estoy pensando.