Nunca conocí a Antonia. Sé su dolorida historia de oídas, porque vivió mucho antes que yo.

Lucía Gómez Sánchez/ HIPTEX

TIJUANA.- A Antonia no la mató la tuberculosis. El alma de Antonia había muerto mucho antes, a gotas, cada vez que Enrique le propinaba una golpiza.

A Enrique no le bastó con secuestrar a Antonia y ultrajarla un domingo de misa, aún cuando ella ya estaba comprometida en matrimonio con otro hombre con el que sí quería casarse. Decidió quedársela como trofeo y procrear con ella cinco hijos.

En ese entonces la conocida como “deshonra” era sinónimo de sentencia de matrimonio. Las mujeres que corrían con la “mala suerte” de Antonia debían pagar el delito de la belleza que despierta sentimientos "insanos" en los hombres casándose con sus verdugos. Ya no tenían otra opción.

Nunca conocí a Antonia. Sé su dolorida historia de oídas, porque vivió mucho antes que yo.

La mayor de sus hijas se encargó de contar a las suyas a detalle la trágica vida de Antonia, quizá con el empeño oculto de que -como ella misma lo hizo- nunca permitieran a otro Enrique ponerles una mano encima. Al fin, dicen que ahora los tiempos son distintos. Veamos si es cierto...

Al principio juzgaba a Antonia por haberse dejado coartar la vida por Enrique; ahora no me queda más que entender que fueron sus precarias circunstancias las que la condenaron y hasta reconocer que, amargamente, por su estoico sacrificio muchos hoy estamos aquí.

Enrique siempre me ha repugnado; no podría decir que lo odio, pero nunca he entendido que a pesar de todo, de los porrazos a la madre -y muchos de ellos y otras cosas a ella misma- su hija mayor le guarde cierta estima.

Yo no le tengo ningún cariño, pero desde donde esté el muy canalla debe burlarse de mi repugnancia por haberse perpetuado en tantos de a poco, a través de los genes que repartió en múltiples asaltos machistas con la que al fin se convirtió en su esposa y quién sabe si con más.

A Antonia siempre la imagino a blanco y negro. No porque así, monocromáticas, sean las fotografías que se tienen de ella sino porque existe mucho de gris en su historia.

No alcanzo a suponer su voz, pero sé que de vez en cuando cantaba con Enrique. Quizá el gusto por la música era lo más que ambos tenían en común sin el compromiso consanguíneo de los hijos; quizá nunca deseados, pero aún así queridos por Antonia y mantenidos a medias, con los remanentes de las continuas borracheras, por Enrique.

Mar y Cielo era una de las canciones favoritas de Antonia. “Soy tuyo porque lo dicta un papel”, dice una de sus líneas y “Mejor es que recuerdes que el cielo siempre es cielo, que nunca, nunca, nunca el mar lo alcanzará”, sentencian otras.

Siempre fantaseo que por esas dos únicas ideas era la predilecta de ella. Él le contestaba con Cartas Marcadas y así, con dos melodías resumían su tóxica relación.

Las golpizas que le daba Enrique a Antonia no tiene caso describirlas; serían sólo representaciones aproximadas recreadas por el dolor de la hija mayor, que desde muy pequeña creyó ser el escudo necesario en la relación y se convirtió en hija golpeada, pero nunca esposa golpeada.

Ella fue humilde y puso como único requisito que no hubiera golpes ni alcoholismo para dedicar su vida a un hombre -también machista- pero nunca tan canalla como Enrique para golpear mujeres y niños y dejarlos sin comer por sus borracheras.

Es más, su esposo nunca tomó alcohol, aunque como a cualquier ser humano se le puedan detallar aquí un sinnúmero de defectos.

Sus hijas tampoco han sido golpeadas, pero a la hija mayor de Antonia le faltó enfatizar que no era lo único que no debían permitir.

Ahora, a 42 años de la muerte de Antonia, mujeres siguen siendo secuestradas y violadas por hombres, pero las leyes han cambiado. Ya no les es fácil casarse con ellas, alomejor por eso tantas aparecen muertas, tiradas como basura en diferentes partes. ¿Será cierto que ahora los tiempos son distintos? (lgs)