El ritual ha comenzado. Colocando el mantel con los restos sobre la tierra, don Domingo limpia primero con una escoba de palma, la cajita polvorienta.

Por Ashlei Espinoza Rodríguez



Hecelchakán, Camp.- En Pomuch, la muerte se acaricia, se apapacha y se contempla. Entre el ajetreo terrenal, los habitantes de este pueblo encuentran momentos de paz cuando, como cada año, acuden en estas fechas al panteón a limpiar los huesos de sus muertos.



Desde muy temprano, don Domingo, acompañado de su esposa Concepción y una de sus tías, se dirige al panteón de esta comunidad localizada a 40 minutos de la ciudad de Campeche, donde descansan los restos de sus suegros, dos de sus cuñados y el abuelo de su esposa.



“Cada año nosotros venimos a cambiales sus ropas y venimos contentos, por eso les damos los buenos días y les traemos unas florecitas”, mencionó Concepción.



Persignándose para dar inicio a la “limpia de los muertos” don Domingo está listo para comenzar con este ritual que forma parte del Hanal Pixán o “comida de las ánimas”, el cual maravilla a propios y extraños y cuyo origen proviene del sincretismo de tradiciones del pueblo maya y la religión católica.



Con mucho cuidado, don Domingo saca del pequeño mausoleo color verde pistache, una caja u osario de madera donde se asoma el cráneo de su suegro, don Diego, quien falleció hace 33 años.



Contrario al sentimiento de miedo que muchas personas experimentan ante la muerte, en Pomuch, los lugareños la observan y la tocan con amor y respeto, por ello, no es extraño que don Domingo se quite las sandalias, se arrodille sobre la tierra y comience a sacar los huesos de su familiar.



Al abrir la caja, el cráneo, las costillas y las extremidades de don Diego se encuentran perfectamente acomodadas sobre “su ropa”, un paño de tela con flores bordadas y su nombre escrito en ella.



El ritual ha comenzado. Colocando el mantel con los restos sobre la tierra, don Domingo limpia primero con una escoba de palma, la cajita polvorienta.



Después, con la ayuda de una brocha o “acariciándolos” con las yemas de sus dedos, comienza tranquilamente a limpiar los huesos de su suegro, mientras de pie a un lado de él, Concepción mira tiernamente los restos de su padre.



“Para que podamos resguardar los huesos en las cajas, primero deben de pasar tres años en su sepultura para que la carne se descomponga y luego queden los puros huesos y entonces los podamos traer a su nichito”, explicó don Domingo



En este sentido, José Dzul, quien se encuentra limpiando los restos de la abuela de su esposa, destacó que esta práctica de la comunidad se ha transmitido generación tras generación con el objetivo de que se mantenga viva.



“La vez pasada estaba limpiando los restos de mi suegra y me preguntaron si no me daba sentimiento o dolor y pues cuando estoy limpiando los restos, pues no, pero al momento de ver el cuerpo en el ataúd pues si llora uno”, aseveró.



Arrodillándose, igual que lo hiciera don Domingo, José narró que primero se coloca la “ropa” nueva del difunto dentro de la caja. Una parte del paño quedará a la intemperie para lucir sus bordados y mostrar el nombre del fallecido.



Después, detalló, se irán guardando los huesos que se vayan limpiando: primero las extremidades del difunto, luego las costillas, los huesos de la columna vertebral y por último el cráneo. La caja quedará entre abierta para que se pueda apreciar una parte del cráneo del difunto.



“A veces uno los sueña, y en nuestros sueños ellos nos dicen ‘por qué no nos has venido ver, a limpiarme, a traerme flores’, entonces para sentirnos en paz, venimos y los limpiamos, platicamos con ellos, los acariciamos y recordamos momentos felices que tuvimos con nuestros muertos”, señaló don Domingo.



Así, una vez que el osario ha sido depositado nuevamente en el mausoleo, don Domingo y su familia prenden una veladora y colocan flores a sus seres queridos.



Visiblemente conmocionada, Concepción termina el ritual al rezar un padre nuestro, dejando a su padres, hermanos y a su abuelo, la promesa de volver el próximo año a este sitio donde a la muerte se le “acaricia” y se le mira con amor.