Sexismo cotidiano recoge todas aquellas historias y analiza en qué manera y desde qué plataformas el discurso sexista se perpetúa.
NEW YORK, EU.- Capitán Swing publica Sexismo cotidiano, un ensayo de la periodista Laura Bates, que en 2012 creó la plataforma web EveryDay Sexism para denunciar todas las manifestaciones sexistas que las mujeres padecían en su día a día.
Sexismo cotidiano recoge todas aquellas historias y analiza en qué manera y desde qué plataformas el discurso sexista se perpetúa.
Era 2012 cuando la periodista británica, Laura Bates, puso en marcha, “sin financiación, ni medios para publicitar el proyecto más allá de mi muro de Facebook, Everyday Sexism, una web a través de la cual las mujeres pudieran relatar los actos sexistas que padecen cada día y que, en demasiadas ocasiones, pasan desapercibidos habiéndose convertido en asumida cotidianidad.
“Durante los primeros días empezó a aparecer un goteo de historias”, relata Bates, “pasada una semana, cientos de mujeres habían añadido sus voces.
Una semana después, el número se había duplicado, después triplicado y cuadruplicado”. Everyday Sexism se convirtió en una plataforma de denuncia: los testimonios que cada día recogía la web de Bates ponían en jaque la tan falsa como idealizada idea de que Inglaterra era un país igualitario y, sobre todo, rompían el silencio que rodea los actos sexistas que todavía son parte constituyente de la sociedad occidental.
“El problema invisible”, tal y como lo define Bates, empezó a visibilizarse, pues hasta entonces “la gente no quería reconocerlo o hablar sobre ello (de hecho, a menudo simplemente se negaban, y en redondo, además, a creer que todavía existiera). Y no eran solo los hombres quienes adoptaban ese enfoque, también las mujeres”, relata Bates.
El título del proyecto, Everyday Sexism no debe llevar a engaños: es cierto que Bates quiso poner el foco en el sexismo cotidiano, es decir, en el sexismo que se manifiesta diariamente en los diferentes espacios sociales, desde la calle hasta el mundo laboral, pasando por los medios de comunicación o las redes sociales. Sin embargo, sería erróneo hablar, como muchos hacen, de “micromachismos”, puesto que no hay nada de micro en las manifestaciones sexistas relatadas por todas aquellas mujeres que decidieron contar su historia a través de la web. Debemos entender el “sexismo cotidiano” no como una expresión menor de sexismo, sino como la expresión de una estructura de pensamiento patriarcal y, por lo tanto, de un discurso de base machista tan avalado como legitimado por las instancias de representación social e institucional.
“La desigualdad es un todo en el que los incidentes más y menos graves están irrevocablemente emparentados unos con otros, de modo que las posturas y las ideas que subyacen en uno permiten que el resto florezca”, apunta Bates, para quien es esencial hacer un trabajo de concienciación entre las adolescentes, puesto que, si hablamos de patrones comportamentales asumidos, hay que tener en cuenta que “estos patrones despreciativos aprendidos a una edad temprana se interiorizan, y esto a su vez empieza a prevenir que las mujeres traten siquiera de hablar en el caso de que posteriormente surja la necesidad”.
Tras recopilar las primeras historias, la pregunta que se formula Bates es hasta qué punto somos conscientes del sexismo cotidiano y, por tanto, hasta qué punto estamos dispuestas a denunciar determinadas actitudes: algunas mujeres “me decían que me estaba poniendo nerviosa por nada, o que era demasiado sensible, o simplemente que buscaba problemas donde no los había”, explica Bates, poniendo el foco en cómo muchas mujeres han terminado por aceptar determinadas conductas sexistas.
En efecto, puede decirse que, en parte, hemos naturalizado estas conductas, hemos asumido la lógica del “no”: ese “no”, en palabras de Sarah Brown “que dice que saltar a la comba es de niñas y que los kits de ciencias son para niños. Es el no que dice que las niñas buenas no hacen tal o cual cosa y que a las niñas que no destaquen más les vale estar atentas si no quieren quedarse para vestir santos. El no que dice que da igual qué catedrática en Cambridge, hayas sido condecorada con la Orden del Imperio Británico o tengas tu propia serie en la BBC: seguirás siendo solo un objeto a merced de las valoraciones de jueces cibernéticos que mostrarán mayor interés en tu cuerpo que en tu cerebro”.
La visibilización del sexismo es el primer paso para combatirlo, una visibilización que pasa, ante todo, por la autoconciencia de ser víctima de ello y de no ser la única. Everyday Sexism consiguió romper el silencio y, sobre todo, el aislamiento para, a partir de ahí, diagnosticar la asunción de actitudes sexistas y de su perpetuación en diferentes ámbitos de la sociedad misma, empezando por las instituciones político-administrativas, siguiendo por los medios de comunicación -cuya irresponsabilidad es solo comparable a su hipocresía- hasta llegar a las instituciones educativas y, consecuentemente, al mundo laboral.
Fruto de estas indagaciones es el ensayo Sexismo cotidiano (Capitán Swing), en el que Bates ordena los distintos testimonios para estudiar en distintos capítulos los distintos ámbitos -desde el entorno de una adolescente hasta el ámbito laboral, pasando por el mundo político e, incluso, por la experiencia de la maternidad- en los cuales se producen actitudes sexistas, haciendo particular hincapié en los ámbitos en los que, por su visibilidad y proyección social, se reproducen los estereotipos necesarios para perpetuar dichas actitudes.
En este sentido, el ensayo Sexismo cotidiano ofrece, en acertadas palabras de Brown, herramientas que “en ningún caso son veredictos sobre los hombres, sino recursos para hombres que los ayudarán a entender la estructura del patriarcado y que podrán replicar o rechazar en sus propias vidas”.
Y la honestidad de Bates es tal que ella misma reconoce que tuvo que preguntarse sobre la actualidad de la estructura del patriarcado, cuya asunción y naturalización ha llevado a una especie de alienación por la cual dejamos de detectar expresiones sexistas asumiéndolas como lógicas habituales desligadas de cualquier razón de género.
“Decidí echar un vistazo a las estadísticas para ver si por fin habíamos alcanzado una igualdad de condiciones”, escribe Bates, y “descubrí que en esta sociedad supuestamente ‘equitativa’, en la que las mujeres no necesitan nada ni tienen nada por lo que luchar, ocupamos menos de un cuarto de los escaños en el Parlamento y únicamente 5 de los 22 cargos ministeriales.
Que solo 7 de los 38 jueces del Tribunal de Apelaciones y 18 de los 106 de los jueces del Tribunal Supremo son mujeres. Que han pasado más de catorce años desde que se le encargó a una mujer coreógrafa la creación de una pieza para el escenario principal de la Royal Opera House (…) Que las mujeres escriben únicamente una quinta parte de los artículos que aparecen en las portadas de los periódicos y que en el 8 por ciento de estos artículos predominan los sujetos o expertos masculinos. Que solo el 5 por ciento de los 250 grandes proyectos cinematográficos de 2011 estuvieron dirigidos por mujeres, casi la mitad menos que el irrisorio 9 por ciento de 1998”.
Y sigue Bates ofreciendo más datos que, si bien son resultado de encuestas y estudios realizados en Gran Bretaña, reflejan la situación que vivimos aquí y que, no por casualidad, se ha mostrado con particular evidencia -y alarma- en los últimos días con la escasa participación de mujeres columnistas en un supuesto congreso de columnismo.