En el velorio yo me sentía culpable, nosotros como protectores, sentí que no había hecho bien mi trabajo. Me sentía culpable por la muerte de él.
A nosotros los “ángeles guardianes” no nos importa que nos golpeen, sino lo que vives ahí. La adrenalina es todo. Estar ahí, jugar con los toros, darles vueltas, traerlos cortitos, que llegue un vaquero y te diga “gracias”. Eso para nosotros es algo especial.
En una ocasión tuve la oportunidad de estar en un lugar donde, por segundos, un jinete perdió la vida y le doy las gracias a Dios que estaba ahí en ese momento.
En otra ocasión, no se me olvida, fue un 13 de mayo, hubo un rodeo en Tijuana, ahí duramos 12 años practicando; puros toros jineteaban ahí los muchachos y nosotros protegiéndolos. Siempre eran 10 montas o 12 montas para sacar el compromiso de la noche del espectáculo. Esa vez no completábamos los vaqueros y llegó Ramiro Escobedo con Nacho; venían sin pensar montar y resulta que le pregunté a Ramiro que si no quería hacerlo, a lo que él me dijo “no, no traigo equipo, tampoco ganas”; lo traté de convencer para que completara el cuadro. Le conseguí el equipo y aceptó.
Antes de empezar se rifaron los toros. Llegó Ramiro muy contento porque le tocó el ‘Frijolito’; el ‘Frijolito’ era un toro chaparro de un lomo muy bonito y era un toro muy bueno. Empezó el rodeo, juegan todas las montas y él fue el penúltimo que le tocó montar.
Estábamos preparados para la acción…salió, reparé al toro, y reparó saltos. En un reparo de esos, Ramiro cayó por el lado de adentro. Las patas traseras le pegaron en el pecho, le quebraron las costillas y le traspasó los pulmones. Entonces, el toro dio la vuelta y yo lo cubrí; se metió el toro. Fui a agarrar un poco de aire y en cuanto iba cruzando la puerta me dice el señor Salvador Casian “Negro, se nos fue Ramiro” y sí, yo ya sabía que se había ido, “se lo llevó la ambulancia” le contesté, y él me dijo “no, Negro. Se nos fue”. Yo aferrado le decía que ya sabía; resulta que me dijo que había muerto. Me sentí mal, nos juntamos todos. Alguien tenía que dar la mala noticia a sus familiares, me tocó a mí.
En el velorio yo me sentía culpable, nosotros como protectores, sentí que no había hecho bien mi trabajo. Me sentía culpable por la muerte de él, pero en una foto que tomaron me desengañaron, porque lo tenía a un ladito, esperando el golpe del toro a un metro, entonces eso me hizo sentir bien, porque hice bien mi trabajo. Pero, el destino estaba así escrito, son cosas que suceden en el rodeo. Eso es la historia de Ramiro Escobedo. Yo soy Guillermo Casas, payaso de rodeo.