Una mujer mayor descansaba sentada con un bastón entre las manos, era una hermana del desaparecido que había viajado desde Los Mochis, Sinaloa “nomás a echarle un puño de tierra”.

Lucía Gómez Sánchez/ HIPTEX

La familia insistía en la necesidad de ver de cerca el cuerpo tendido en un féretro debajo de un árbol. Los deudos descansaban a su alrededor y no era indispensable acercarse; sin mucho esfuerzo, a la distancia, podía apreciarse a través del vidrio del ataúd el inflamado rostro del difunto.

A poca distancia estaba la perforación en la tierra donde reposarían sus restos trasladados desde Anaheim, California. Ineficiencia y burocracia se habían conjugado para que los seres queridos del individuo no lograran terminar con los servicios funerarios luego de tres semanas de iniciados.

Una mujer mayor descansaba sentada con un bastón entre las manos, era una hermana del desaparecido que había viajado desde Los Mochis, Sinaloa “nomás a echarle un puño de tierra” y aunque el grupo de acompañantes no era muy extenso, se puede calificar de varios a los que asistieron al entierro.

- Ándele, acérquese para que lo vea, insistía alguno.

El respeto a los difuntos, al duelo de un entierro y a las infecciones que pudiera despedir un cuerpo llevado y traído por tres semanas impedía atender la invitación.

También influía la responsabilidad de mantenerse lejos de cualquier ambiente contaminado, tomando en cuenta un embarazo en el último trimestre.

Una mujer había llamado desesperada pidiendo la intervención de un reportero que acudiera a un domicilio particular donde tenía lugar un funeral.

Pasaban de las dos de la tarde, un horario muy incómodo para cubrir cualquier evento cuando se exige la redacción de seis notas diarias, en este caso negociadas a cuatro a cambio de también entregar dos editoriales seis veces por semana.

El caso lo ameritaba y la buena o mala suerte había hecho que alguien a quien se le dificulta decir "no" respondiera la llamada.

Hubiera sido sencillo usar cualquier pretexto para desafanarse de la afligida familia y simplemente no pasar el reporte al editor; si eso hubiera ocurrido no se estuvieran escribiendo estas líneas cuatro años más tarde.

La buena disposición del fotógrafo ayudó a concretar el desplazamiento. Nunca ha sido seguro que una reportera acuda sola a llamados de último momento hechos por desconocidos.

La primera parada fue en la casa de los inconformes, donde días antes se había concretado el velorio y horas antes habían trasladado un cuerpo equivocado antes de partir al panteón.

Fue necesario, sin embargo, manejar hasta el cementerio situado en un área de panteones de la parte marginada de la delegación Playas de Tijuana. La familia se había adelantado.

El funeral había sido el viernes, pero el entierro se llevó a cabo hasta el lunes porque la empresa encargada de los servicios informó de última hora que no hacían sepelios en sábado.

El lunes, a la hora de llevar el cuerpo al domicilio para partir al cementerio, la compañía trasladó un cadáver equivocado y una vez en el camposanto, el panteón negó concretar el entierro sin la boleta que debió haber tramitado la empresa que cobró 38 mil pesos por trasladar, velar y sepultar un cuerpo, diligencia en la que dilató tres semanas.

Luego de publicar un avance de la nota en el portal del periódico más arraigado del Estado, el coordinador de panteones municipales acudió con los deudos y la funeraria entregó el documento faltante, pero hasta las cinco de la tarde de ese día.

Cinco años después, esa compañía contratada también desde entonces por la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) para trasladar al Servicio Médico Forense los cuerpos de individuos involucrados en hechos violentos, sigue gozando de la concesión, que a la fecha implica más de 700 homicidios en la ciudad transcurridos pocos días de los primeros cinco meses del año. (lgs)