En la colonia “El Niño” esto es parte de lo cotidiano, y su andar diario se ve acompañado de la alerta y el cuidado mutuo que se vuelve indispensable para sobrevivir.

TIJUANA.- Si hay una característica que comparten las colonias que forman parte de la periferia de Tijuana, es la marginación, y la poca, y a veces nula, seguridad que se les brinda por parte de las autoridades.  



En la colonia “El Niño” esto es parte de lo cotidiano, y su andar diario se ve acompañado de la alerta y el cuidado mutuo que se vuelve indispensable para sobrevivir.  



Pareciera exagerado, inclusive alarmista, pero son los mismos habitantes quienes, un poco desalentados, dan fe de que con ellos no existe ninguna zona blindada, como ocurre en otras partes de Tijuana. 



“A mí me poncharon tres llantas de una calafia que manejaba, aquí afuera de la casa, no se robaron nada, sólo por maldad lo hicieron, maldad que me costó 1500 pesos. A los muchachos, y sobre todo muchachas, les roban los celulares y las bolsas, las asustan con pistolas o puntas, navaja, lo que traigan” cuenta Daniel, un joven padre de familia quien dice dedicarse ahora al comercio.  



“El Niño”, que fue un asentamiento creado en 1998, derivado de la reubicación de centenares de familias que vivían en zonas de alto riesgo, y que las autoridades confinaron en ese perímetro contiguo a la carretera Tijuana- Tecate por los estragos causados por el fenómeno meteorológico de “El Niño”, cumplirá ya dos décadas de existencia el próximo año, y poco a poco ha pasado en convertirse en una colonia adulta. 



Sin embargo, hoy tal vez constituidos en terreno firme, seguro, son otras cuestiones las que arrasan con su tranquilidad, como las que tuvieron inicialmente hace 19 años. 



“Hace poco a una vecina la asaltaron, le dijeron que si no daba el celular se la llevaba la chingada, lo peor de todo es que es gente que ha vivido toda la vida en la colonia, que han hecho su carrera de malandros desde chicos, los conocemos y les pedimos que no se pasen con los que aquí vivimos pero su desesperación por la droga siempre les gana, nos los deja ver más allá”, remarca Daniel, mientras hace un gesto con sus hombros que lo hacen ver como si estuviera resignado a vivir esa problemática.  



Por si lo anterior no fuera poco, la violencia y los robos se han visto acompañados por el vandalismo, ése que lastima a las comunidades, y que suele tocar recintos como parques, escuelas, centros comunitarios o espacios de reunión para las personas.  



Éste es el caso de uno de sus parques comunitarios, el cual desde hace tres meses ha sido refugio de los malandros de la zona.  



En el lugar, se puede observar que el grafiti y el daño al inmobiliario ha sido parte del día a día desde que fue retirada una unidad móvil de la Policía Municipal, esto a partir de ese momento el parque fue perdiendo terreno frente a la delincuencia, convirtiéndose en un sitio en donde pernoctar para los vagos, quienes también deambulan por el día, haciendo del espacio un lugar peligroso a cualquier hora. 



Y mientras se camina por lo que deberían de ser árboles y pasto, rápidamente salta a la vista la falta de autoridad y vigilancia; ahí no se observan niños ni jóvenes haciendo deportes, el grafiti está en casi todas las paredes, inclusive las de la cancha.  



A lo lejos, entre lo árido del lugar, se observa un vagabundo durmiendo en una banca, mientras que del baño sale un hombre que parece pasa las noches ahí. Hay torneos de futbol los fines de semana y sólo esos días las canchas, las áreas verdes y el parque retoman un poco de vida para después perderla entre semana, cuando los malandros regresan hacer del parque su casa, una casa que le corresponde a la comunidad de El Niño, pero que por mientras es de la delincuencia.