Sobre sus rompecabezas, don Martín ahondó en que hay gente nueva que no saben que son, porque no son curiosos. “Lo que más me dicen es que esto es para locos, y mi contestación siempre ha sido ‘cierto que es para locos, véanme a mí’”.

Foto: Crisstian Villicaña

“Es mejor estar loco a estar tonto, porque del loco hay algo escrito y del tonto no hay nada”, son palabras dichas por don Martín, un “loco” como él mismo se describe, y que es uno de los últimos bastiones y vendedores de juegos artesanales en Tijuana, esos mismos con que la niñez de antaño se divertía, mucho antes de que la tecnología y su distopía , mediante una pantalla, nos jerarquizara nuestros sentidos, cual premonición de Charlie Brooker reflejada a través de Netflix.

Don Martín, de apellidos Barajas Solís, y con poco más de 80 años a cuestas, cuenta que es originario de San Francisco del Rincón, Guanajuato, capital mundial del sombrero y capital nacional del calzado deportivo, o esa misma que saltó aún más a los reflectores por ser lugar donde se encuentra el rancho de “San Cristóbal”, propiedad del ex presidente Vicente Fox.  

Pero para don Martín, lejos quedaron sus ganas, o mejor dicho su talento, de confinarlo a la fabricación de calzado, porque lo de él, tal vez de forma circunstancial, daba para retar a miles de mentes, muchas de las cuales, hasta la fecha, no han podido descifrarlo.  

Sus trabajos, tal vez recordados por muchos de aquellos que tenemos arriba de los 30 años, nos remiten a nuestros días de primaria, en donde a la entrada o a la salida de nuestras clases, se apostaban los vendedores de yoyos, trompos, y demás artículos que se ofertaban por temporada. 

Los que él ofrecía para los niños inquietos que sólo queríamos diversión, tal vez nunca comprendimos su elaboración y todo el corazón e inteligencia que don Martín ponía en cada uno de ellos, quien sin tener el auspicio de marcas como Premiere, salía a encontrar, en la alegría de los chiquillos, el sustento con que se ganaba la vida.  

Fue desde 1984 año en que don Martín ha visto pasar de su mente a las manos de sus clientes, los rompecabezas de metal que él fabrica, “llaveros, juegos educativos, o como la gente guste llamarlos”, nos dice. El chiste es que quien compre uno de ellos, logre separar un gancho de las pequeñas piezas. 

Verlo por las calles del Centro es una rareza, ya que al vivir en la época donde el mayor de los accidentes de la humanidad es la perdida de luz, todo mundo sigue inmerso en las bondades traicioneras que ésta ofrece, como las pantallas de sus móviles, de la televisión, dejando a un lado algunos juegos de habilidades donde la mente era sometida a exhaustas pruebas de destreza. 

Don Martín afirmó que en los años noventa, sus años de mayor bonanza, a las afueras de las escuelas o en la calle, llegó a vender cerca de 400 mil pesos diarios, que traducidos al tipo de cambio de hoy serían 400 pesos, siendo unos 40 juegos, los cuales sigue fabricando hasta la fecha. “Ahora, por el contrario, se venden siete, cuando mucho”. “Mis ventas son un fracaso total, porque la tecnología moderna, que no deja nada a la imaginación ni que uno sea creativo, las terminó por devorar”, dice don Martín, quien destacó que aún y así va con mucho gusto a trabajar, y con más gusto regresa a su casa, aún y así haya sido muy poco. 

“Todo lo que acompañaba a esta clase de juegos -afirmó- se fue a la ruina. Ahí está el balero, el yoyo, las canicas, el trompo, todo fue cambiado por un celular, desembocando en la obesidad, porque los niños ya no tienen actividad. Lo moderno es muy bueno, pero también abusamos de ello”. 

Sobre sus rompecabezas, ahondó en que hay gente nueva que no saben que son, porque no son curiosos. “Lo que más me dicen es que esto es para locos, y mi contestación siempre ha sido ‘cierto que es para locos, véanme a mí’”. 

Don Martín expresó que no hay mejor escuela que los años y la vida, porque nos enseñan a lo malo y lo bueno. Asimismo, señaló su afición a las lecturas, la dramaturgia, y la fotografía profesional. 

“Me gustaría seguir leyendo, pero mis ojos ya están muy cansados y las letras pequeñas me son imperceptibles” destacó el hombre, quien se declaró amante de la poesía y de la prosa, y que en sus años de juventud fue dueño de un negocio de tapicería y una nevería. “Siempre fui muy inquieto” resaltó. 

Pero para Don Martín, no todo ha sido una exquisita travesía, también relató que en ocasiones anteriores llegó a ser “molestado” por inspectores de Reglamentos, a los cuales se les ponía de la manera más educada. “No me dejo porque algo sé de la Carta Magna. Me han querido quitar, pero pasa como con lo que el aire le hizo a Juárez. A mí no me hizo nada”. 

“Yo les digo que pinten su raya, si me dicen que no hay permiso para vender en la vía pública, yo les digo que tampoco el Municipio tiene permiso para privatizar una vía pública, porque la vía pública no se comercia”. 

“Hay personas que se encierran en lo que saben nomás, y ya no quieren aprender más. Yo fui buscándole a la vida, y hasta ahorita que ya me hice viejo y hasta aquí llegó el corrido”, finalizó el hombre, que con alambre y algunos cuantos aros, ha hecho poner a pensar a miles de personas a lo largo de su travesía como vendedor y quien dijo que arribó a Tijuana, como el aire mueve a la hoja seca. “Uno se mueve sin saber por qué”.