"Nunca ofrezco marihuana a nadie. Mi esposa y yo la fumamos en paz y si hay más compañía y quiere fumar, también hay."

Vía/SemáforoDelictivo

Tengo 67 años de edad y fumo marihuana desde 1968. Estoy sano, soy delgado, algunos pensarían que soy mucho más joven. Hago ejercicio y me mantengo activo todos los días. Cuido lo que como y lo que pienso. No me enfermo.  

Trabajo, toda mi vida he hecho. Me gusta mi trabajo; estoy a punto de abrir un nuevo negocio, pero tampoco me mato trabajando. El trabajo como otras cosas, hay que dosificarlo. La dosis hace al veneno. Lo sé muy bien.

Tengo una relación fabulosa con mi esposa, con mis hijos y con muchos amigos y conocidos. Trato de ayudar a mi comunidad, participo en muchos proyectos sociales.

Comencé a fumar marihuana cuando estaba prepa. Qué época tan divertida. Música nuestra, cambios sociales, revolución de pensamiento, tiempos de descubrir cosas nuevas.

Mis padres se enteraron de que fumaba marihuana y cuando regresé a casa, en vacaciones, me reprimieron. En aquel entonces, fumar mota “era cosa de soldados, delincuentes o vagabundos”. Eso cambió un poco después del Festival Avándaro, pero no mejoró mucho el estatus. Ahora eras considerado un “hippie”.

Un día mi madre se armó de valor y me enfrentó “dame un cigarro de marihuana, quiero saber qué se siente y porqué la fumas”.  Así es que ella y yo, en una nueva intimidad, en una cofradía de entendimiento, nos echamos un churro. Como a las dos horas, me preguntó:

    •    ¿Eso es todo?

    •    Sí, mamá.

    •    Ok. Pues no es lo que me habían platicado.

    •    No mamá.

    •    Pero no la fumes, y me dio un beso.


Terminé mi carrera, conseguí trabajo, le di dos nietos fabulosos, y seguí fumando discretamente, con algunos amigos, para no ser objeto de estigma social. La marihuana aun no era bien vista por la sociedad. Estaba muy satanizada.

Debo confesar que –siendo joven-  probé todas las substancias de moda y las disfruté con la libre irresponsabilidad de la juventud y de la época. 

Probé cocaína, y puedo decir con certeza que es sumamente peligrosa. No la prueben, no la usen.

Probé el peyote, lo encontré muy místico y desde mi perspectiva, inocuo a la salud, pero no es para todos. Es eso, una experiencia con tu espíritu para una noche de estrellas en el campo.  

El LSD era más “groovie”, más psicodélico. Lo que tomaban Los Beatles, pero pasó de moda. Un amigo mío cometió el error de tomarlo por primera vez, antes de ir a clases y todavía nos reímos cada vez que nos platica su experiencia; metido en un “viaje” mientras el maestro de ingeniería hacía cálculos matemáticos.  

Así eran los sesenta. Una época de “amor y paz”, de buena música, con pocas preocupaciones por el futuro económico y con muchas rebeliones sociales.  No había toda esta psicosis del mundo de hoy, ni esta guerra contra las drogas, ni el deterioro ambiental que ahora padecemos. Era una era de optimismo a pesar de las desigualdades sociales y de las guerras injustas.

Nadie iba a la cárcel por probar una droga y cada quien era responsable de sus actos. Nosotros podíamos cambiar al mundo.

Pero no todas las drogas me cayeron bien. Quizá no lo entendí de inmediato. Hubo una que se fue metiendo a mi vida y se fue apoderando de ella: el alcohol. 

Sin saberlo, sin reconocerlo, poco a poco me convertí en alcohólico. Es decir, se me convirtió en un consumo problemático, mi vida ya no era mía. Me torné violento, huraño, agresivo, corrosivo. Perdí familia, relaciones, trabajo, patrimonio. 

Hace 15 años finalmente, después de mucho esfuerzo, ingresé a una clínica para adicciones. Había de todo: Adictos al alcohol, a la cocaína, a la heroína y también al Tafil y otros medicamentos. Quizá las más peligrosas son éstas, las que consigues en cualquier farmacia, las que la sociedad valora, con las que las farmacéuticas y los médicos te hostigan, las que crees que alivian. 

Nos dieron apoyo, información sobre todas las sustancias, terapia, disciplina, espiritualidad, proyecto. Desde entonces no consumo alcohol, mi relación con él no es buena.  Sigo consumiendo marihuana. La marihuana me da, el alcohol me quita. La marihuana la fumo cuando yo quiero, con quien yo quiero y también, puedo dejar de fumarla por días.

Normalmente, de viaje nunca fumo. Mis viajes pueden ser breves o largos, a veces han sido de un mes. No consumo. Pero si estoy en casa, lo hago todos los días, por la noche. Me relaja, me abre, me conecta.  

No fumo mucho, un cigarro me dura generalmente, tres días. No hay ninguna urgencia física en fumarla. No me casusa dependencia química. El alcohol sí me lo provocaba.    

Tengo mis propias plantas, ocasionalmente comparto con amigos, pero son para mi uso personal. Aprendí a cultivar y a procesar. Mis plantas no vienen de un mercado negro, no vienen del temor o de la violencia. Vienen de una relación de cariño y cuidado mutuo.

No tienen químicos, ni pesticidas. Tampoco tienen hongos por haberse empaquetado a la carrera en un campo furtivo. El auto cultivo es sumamente interesante y divertido y la información es extensa en Internet especialmente en sitios españoles. Ahí aprendí. Mis plantas gozan del aire libre, de la tierra, del agua y de mi cariño y dedicación. Y sí, saben diferente. Ellas me cuidan a mi y yo las cuido a ellas. 

Tampoco pienso meterme en problemas, entiendo que México se resiste a tomar mejores decisiones en este tema. Nunca ofrezco marihuana a nadie. Mi esposa y yo la fumamos en paz y si hay más compañía y quiere fumar, también hay. Y si la compañía no fuma, pero respeta nuestros gustos, también fumamos, si no, no.

Unos toman tequila, yo prefiero un toque. Mis sentidos se agudizan, el tiempo y el espacio se alargan, me siento en armonía conmigo mismo y con mi entorno. Si estoy en una fiesta quizá me salgo a la calle o al jardín. Enciendo una minúscula pipa que llevo en el pantalón. Le doy dos toques y regreso a la fiesta. Soy discreto y respetuoso. No molesto a nadie, no quiero que nadie me moleste a mi.   

Por experiencia, yo diría que si se regulara la marihuana en México para consumo recreativo, no incrementaría el consumo de manera importante. En mi época había marihuana para todos, no todos la fumaron. Sin embargo, si el consumo va a incrementar porque algunos lo sustituyeron por el alcohol, el efecto será positivo.

Veo a muchos viejos y no tan viejos muy alcoholizados. Un poco de alcohol no hace mal a nadie, salvo a nosotros los alcohólicos, pero tendrían más provecho a su cuerpo y a su espíritu si en lugar de consumir tanto alcohol, fumaran marihuana. La marihuana desinflama, quita dolores, mejora movimiento, pacifica y previene enfermedades neuro-degenerativas. Es la mejor droga para la vejez.   

Yo fumé por primera vez a los 16 años, pero entiendo y apruebo que de legalizarse, los menores de edad no deben fumarla, como tampoco deben tomar alcohol, ni medicamentos peligrosos. Sí, el cerebro aun no está maduro y si no la requieren para un padecimiento, mejor no hacerlo. Ahora, si como quiera van a consumir alguna droga, como yo lo hice, pues qué mejor que sea marihuana y no alguna sustancia más peligrosa como medicamentos, cristal, cocaína o alcohol.

Conozco un caso negativo. El hijo de un amigo, con problemas psicológicos, se volvió adicto a la marihuana. Pero se trató psicológicamente y espiritualmente, y rompió el hábito. Es un muchacho con una psique que hay que cuidar de muchas maneras. Hoy ya no fuma y tampoco toma drogas peligrosas, muy peligrosas, como el Topamax.

Observo con mucha atención todo el debate que se da en esta página de Semáforo Delictivo. Me gustaría que se diera en todo México. Me gustaría que ya pudiéramos resolver toda esta inmovilidad.

Veo que hay voces que como mi madre, hace 50 años, prejuzgan y tienen muchos temores de que sus hijos puedan consumirla y se pierdan en la vagancia o en la nulidad. Quizá no entienden que actualmente, hay un mercado de drogas legales e ilegales mucho más peligroso que el que ellos vivieron en su juventud, y una guerra muy violenta que nos causa mucho daño en el país. Estaríamos mucho mejor si regulamos la marihuana y otras drogas para reducir todos estos daños.  

Veo que al igual que mi madre, se dejan llevar por prejuicios y desconocimiento. Les recomiendo hacer lo que ella hizo en su momento: Prueben la marihuana. Échense un churro con sus amigos o con su hijo, si es que él fuma. No lo combinen con alcohol. Denle unos 2 o 3 toques. No más.

Ojalá que no sea un churro de narcotráfico; como yo, ya hay muchos que cultivan en su casa. Pero aun si fuera un churro narco, eso es mejor que quedarse en el prejuicio y en el temor.

Dense una oportunidad de conocer la sustancia y de compararla contra lo que ya consumen: alcohol, azúcar, medicamentos. Y después de hacerlo, quizá puedan darle una oportunidad a México de vivir en paz, saludable, en buena relación con las leyes, con las plantas, con la pareja, con los amigos y con la sociedad entera. 

Mi madre venció su temor y se acercó a mi. Yo vencí mi temor y me quité el alcohol. Yo creo que ustedes y México se merecen una vida mejor, los invito a vencer temores. Dejemos las armas y muy al estilo de los sesenta, busquemos “el amor y la paz” y si no se puede tanto, pues cuando menos, la armonía. 

Fernando Cienfuegos, fumador de marihuana.