Crónica escrita al día siguiente del accidente conocido como el de "Altisa", ocurrido el 12 de octubre de 2016, y que costó la vida de varias personas, entre ellas la de un bebé recién nacido.

Eran poco antes de las 5 de la tarde del miércoles cuando me enteré del accidente: seis muertos y una docena de heridos en el Bulevar 2000. 



Lo primero que pensé fue en mi mujer, quien a esas horas tiene que hacer un recorrido por ese bulevar, tras regresar de Valle de Palmas. 



Ya con más tranquilidad revisé la noticia y, aunque en el fondo sentí un alivio al ver que no era precisamente el tramo carretero usado por mi pareja, tuve sentimientos encontrados porque otras familias habían perdido a sus seres queridos. 



El coraje me reventó cuando leí que aparentemente la causa había sido una imprudencia, de ésta encontrándose el responsable entre uno de los conductores de un taxi-camión Altisa y de un camión de Autotransportes Samantinos. 



No, no es que yo sea un mártir que llore cada una de las muertes y asesinatos que se presentan en la ciudad, pero si algo me da rabia e impotencia, es que haya muertes de inocentes, precedidas por las balas equivocadas o por los arrebatos de algunos automovilistas y transportistas, esos mismos que no miden las consecuencias de sus actos, y que son reflejados con un salvaje y grotesco libertinaje asfáltico. 



Y es que aquellos que por nuestra jodidez andamos en taxis y camiones diariamente, sabemos cómo se las gastan cientos de choferes, muchos de ellos que sabe a qué Dios le rezarán para andar muy drogados y nunca ser ni siquiera infraccionados, dándole en la madre -con sus actitudes- al trabajo de todos esos miles de conductores que sí se revientan el lomo de forma honesta y servicial hacía con la ciudadanía en jornadas extenuantes. 



“Ahí tienen las consecuencias esos güeyes que se dejan mangonear, inservibles y buenos para nada que todavía mantenemos con nuestros putos impuestos”, leí más o menos así en un comentario que se perdió entre los cientos que la gente ponía en los Facebooks de los periódicos de la ciudad, tras anunciar la tragedia. 



Ya durante el resto de la poca tarde y fría noche, los portales noticiosos daban muy poca información, en parte porque justo a las hora del accidente, casi todos los reporteros de la ciudad estaban concentrados en el Estadio Gasmart con la conferencia de Pepe Mujica, el político de moda, y del que muchos funcionarios piensan que con oírlo hablar se convertirán en beatos desde su curul. Patrañas, y que alguien les diga que son una monserga dándose baños de pueblo. 



Seguían pasando los minutos, pero para nosotros los lectores el flujo noticioso continuaba siendo muy modesto. 



“Había una bebita de seis meses entre las víctimas”, dio a conocer un famoso comunicador local horas más tarde, ya señalándose con más precisión que el accidente había sido justo en la Avenida García a la altura del fraccionamiento K-Casas de la subdelegación de Los Pinos. 



Me fui a dormir, tratando de conciliar un poco el sueño, esto después de tener unos pendientes en mi trabajo  que acabe hasta las 2 de la mañana. 



Como arrullo, sólo alcazaba escuchar lejanos diálogos de American Horror Story en mi cabeza. Nunca supe cómo a qué hora se apagó la televisión. 



8:00 AM 

La brisa que entró por mi ventana semiabierta, y que me tapó por completo la nariz, hizo que me levantara en madriza, porque mi reloj lo había dejado en la sala, y no tuve despertador que me hiciera el paro de interrumpirme mi descanso, siendo una violenta apnea quien lo hizo de forma magistral. 



“¡Puta madre!, el doctor del IMSS sigue sin querer operarme, nomás porque por sus huevos dice que lo mío es una alergia, cuando todos saben que lo que tengo es que mi puto tabique está todo chueco, ¡que se vaya a la chingada!”, me repito todas las mañanas.



En madriza me bañé, desayuné, me preparé algo de comida y salí de mi casa, sin saber hacia el lugar al que iría, como casi todos los días. 



Decidí ir a donde 18 horas antes había pasado la tragedia, por lo que al llegar a la 5 y 10 pregunté en dónde se agarraban los taxis para K-Casas. 



“Ahí al frente, sube el puente y al lado de la placita”, me dijo amablemente un morro que jalaba en una lanzadera. 



Yo sabía que ya adentro de un taxi, no es que descubriera el hilo negro del porqué del accidente, sino que me iba a encontrar con el testimonio de gente que en esos instantes estaba aún “shockeada”. 



LE DICEN CÓMO LLEGAR 

Eran pasadas de las 10 de la mañana cuando los pasajeros escuchamos de parte de un checador: “Ahí le dicen al taxista por dónde es el camino, porque no sabe y es nuevo”. 



La unidad de Altisa duró unos pocos minutos antes de enfilar su rumbo, aunque sin mucho tino del conductor -quien venía hablando por celular- lo que provocó que se pasara la entrada en el Parque Industrial Pacifico, salvándose de que de milagro ahí más adelante está la de Colinas de las Californias. 



Si no es porque al bato le dicen que se había equivocado, él ni en cuenta, y se va hasta Rosarito. 



“Es que no sé, y soy nuevo”, comentó con cierto tono sonriente el que -habría que decirlo- era un simpático sujeto, y que de inmediato al ver que la había regado optó por dejar su teléfono celular a un costado. 



Tras atravesar todo el parque industrial y llegar ahí por los rumbos de Barcelona Residencial, fue cuando por primera vez la unidad fue provista de un poco más de velocidad, apostando yo en ese momento en que el tacómetro ya le marcaba por arriba de los 120 kilómetros por hora. Si algo bueno tengo son mis cálculos. 



“En la mañana el pinche chófer le valió pito, y hasta arrebasó a un trailero, pero no entienden, por más que uno les diga y hayan visto lo que pasó”, le decía una pasajera a su interlocutora mediante su teléfono celular, detallándole que en el accidente del miércoles, una bebita de un año había muerto, que a una muchacha le había quedado el cráneo reventado y que un señor tuvo estallamiento de vísceras, recalcando que de lo impactante que había estado el cuadro, ni su hija ya quería pasar por ahí, y muchos menos agarrar un taxi o camión. 



Ya para ese entonces, los pasajeros cada vez menos, le iban diciendo al chófer en que esquina, quien nomás iba diciendo, “ustedes díganme”. 



Al tomar la citada avenida García, y desconocer el tramo, reconozco que me causó un poco de temor, ya que el bulevar, francamente en muy mal estado, no tiene ni señalamientos y en algunos de sus espacios el asfalto es pésimo, lo que hace que algunos automovilistas invadan el carril contrario para evitar los baches. 



“Ahí es, mira ahí fue”, le avisó una pasajera al taxista, quien le dio un poco más despacio, mientras a los dos costados de la carretera se avistaban los restos y pedacería del metal de las unidades de transporte, así como manchas de sangre, todo resguardado por un débil listón amarillo que ya amenazaba con caerse por el viento.



“No he comido, ya quiero llegar a mi casa”, confesaba segundos después el cansado trabajador del volante, quien entre plática y plática dijo ser del estado de Guerrero, y que en la actualidad residía en Rosarito, donde la delincuencia está a tope. “Salí huyendo de allá, y ahora quien dijera que aquí se puso peor”, le mencionó a una pasajera que iba echándose unos traguitos de una Coca Cola. 



LAS VÍCTIMAS 

Ese listón amarillo que estaba a punto de caer, sirvió como protección, cerca de 18 horas antes, para resguardar los cuerpos del conductor del Altisa, Pedro Torres Quintero, quien ahora descansa eternamente, al igual que María Julieta Jiménez, Vianey Cornejo y Carmen Leticia Tovilla, además de otras dos personas sin identificar, entre ellas un recién nacido. 



Muchos sueños, proyectos e historias quedaron inconclusas, tras haber tomado un taxi que jamás imaginaron que sería el último de sus vidas. 



“No le pidas a Dios que guíe tus pasos, si no estás dispuesto a mover tus pies”, fue un pensamiento que apenas tuvo en días pasados la joven Vianney, y que testimonió en sus redes sociales. 



Al igual, quién iba a imaginar que José Domingo Tovilla iba a reclamar dolorosamente la ausencia de su hermana, Carmen Leticia, la misma que un día antes de morir le había prometido cocinarle unas empanadas. 



“Qué triste que esa mañana no llegó y sólo lo único que vi fue esa lechuga para prepararlas… siempre te amaré mi ´negrita´”, confesó el afligido familiar. 



Tras cerca de una hora y media de camino, llegamos a la parada final.



Me bajé para abordar otro Altisa que me llevara de regreso. Ahí, y antes de que el transporte partiera con rumbo nuevamente hacia la 5 y 10, me quedó muy claro un dialogo que sostuvo un chófer  con otro compañero de él.



“Pinche Pedro, era muy buena onda, yo lo había visto un día antes porque yo iba a comer con mi mujer, le pité, y nos saludamos, y le dije: ¡nos vemos mañana!, 



Y él me gritó “¡nos vemos nunca!”